INNOVACIÓN DOCENTE EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR:
Nuevos horizontes para el aprendizaje
Innovación docente en la educación superior: Nuevos horizontes para el aprendizaje
AUTORES:
Daniela Margoth Caichug Rivera
Pablo Andrés Pamurica Berrones
Kerly
Nicole Loja Veloz
Catalogación
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Licencia Creative Commons:
Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional (CC BY-NC-SA 4.0)
Primera Edición, junio 2025
Innovación docente en la educación superior: Nuevos horizontes para el aprendizaje.
ISBN: 978-631-6557-54-4
Editado por:
Sello editorial: ©AthenaNovaEditorial
Nº de Alta: 935562
Editorial: ©AthenaNovaEditorial
Dirección de Publicaciones Científicas AthenaNova
Riobamba, Chimborazo, Ecuador.
Teléfono: +593 99 285 3827
Código Postal: 060111
Este libro se sometió a arbitraje bajo el sistema de doble ciego (peer review)
Corrección y diseño:
©Athena Nova Editorial Académica
Diseñador Gráfico: Joseph Cepeda
Diseño, Montaje y Producción Editorial:
©Athena Nova Editorial Académica
Diseñador Gráfico:
Director del equipo editorial: Franklin Fernando Quintero
Editor: Julio Guaminga
Hecho en Ecuador
Made in Ecuador
AUTORES:
Daniela Margoth Caichug Rivera
Universidad Nacional de la Plata. Facultad de Ciencias Exactas. Centro de Estudios de Compuestos Orgánicos (CEDECOR). Departamento de Química, C. 115 s/n, B1900 La Plata, Argentina.
danielarivera@quimica.unlp.edu.ar
https://orcid.org/0000-0002-9755-1508
Pablo Andrés Pumarica Berrones
Investigador Independiente
anpablo02@gmail.com
https://orcid.org/0009-0001-2070-0544
Kerly Nicole Loja Veloz
“Unidad Educativa “Luis Fernando Ruiz” - Docente en el área de Ciencias Naturales, Química y Biología.
kerly.loja@educacion.gob.ec
https://orcid.org/0009-0008-7858-900X
1 FUNDAMENTOS TEÓRICOS DE LA INNOVACIÓN DOCENTE
1.1 ¿Qué es la innovación educativa?
1.2 Tipos y dimensiones de la innovación docente
1.3 Paradigmas educativos contemporáneos
Figura 1.- Fundamentos teóricos de la innovación docente
1.4 El nuevo rol del docente en la educación superior
1.5 Retos para innovar en la docencia universitaria
1.6 Cultura de la innovación en la educación superior
1.7 Enfoque sistémico de la innovación
2 POLÍTICAS Y MARCOS NORMATIVOS PARA LA INNOVACIÓN EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR
2.1 Introducción al marco político-educativo de la innovación
2.2 Políticas nacionales de innovación educativa en América Latina
2.3 Marcos regulatorios internacionales y regionales
2.4 Normativas institucionales y modelos educativos
2.5 Obstáculos normativos y desafíos estructurales
2.6 Buenas prácticas y modelos inspiradores
2.7 Innovación e inclusión: la dimensión normativa de la equidad
3 METODOLOGÍAS ACTIVAS COMO MOTOR DE CAMBIO
3.1 La centralidad del estudiante en la innovación pedagógica
3.2 Fundamentos pedagógicos de las metodologías activas
3.3 Principales metodologías activas en educación superior
3.3.1 a) Aprendizaje Basado en Problemas (ABP)
3.3.3 c) Aprendizaje Basado en Proyectos (ABPy)
3.3.5 e) Aprendizaje Cooperativo
3.3.6 f) Aprendizaje Servicio (ApS)
3.4 Condiciones para una implementación efectiva
3.5 Retos y resistencias en la práctica
3.6 Ejemplos y experiencias de casos breves
4 TECNOLOGÍAS EMERGENTES Y DIGITALIZACIÓN DEL APRENDIZAJE EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR
4.1 La transformación digital como fenómeno educativo
4.2 Tecnologías emergentes aplicadas a la educación superior
4.2.1 a) Inteligencia Artificial (IA)
4.2.2 b) Realidad Aumentada (RA) y Realidad Virtual (RV)
4.2.3 c) Analítica del aprendizaje
4.2.4 d) Plataformas digitales y entornos virtuales de aprendizaje
4.2.5 e) Herramientas de colaboración en línea.
4.3 Hacia una pedagogía digital crítica
4.4 Competencias digitales del profesorado universitario
4.5 Desafíos de la digitalización en contextos latinoamericanos
5 EVALUACIÓN INNOVADORA DEL APRENDIZAJE EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR
5.1 Introducción: repensar la evaluación en clave pedagógica
5.2 Fundamentos de la evaluación formativa y auténtica
5.3 Instrumentos e indicadores innovadores
5.4 Retroalimentación significativa: clave del aprendizaje profundo
5.5 Evaluación de competencias y aprendizaje significativo
5.6 Evaluación en contextos híbridos y digitales
5.7 Desafíos éticos y culturales en la evaluación
5.7.1 Tensión entre evaluación sumativa y formativa.
5.7.2 Justicia y equidad en la evaluación
5.7.3 Participación estudiantil en la construcción de criterios
5.7.4 Ética del feedback y del acompañamiento
5.7.5 Tecnología, vigilancia y privacidad
5.7.6 Evaluación y cultura institucional
6 ESTUDIOS DE CASOS Y BUENAS PRÁCTICAS EN INNOVACIÓN DOCENTE UNIVERSITARIA
6.1 Introducción: del discurso a la práctica transformadora
6.2 Claves comunes de las experiencias exitosas
7 CONCLUSIONES, RECOMENDACIONES Y LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN FUTURA
7.1 Conclusión general del libro
7.3 Para los docentes universitarios
7.4 Para los responsables de políticas públicas y autoridades educativas
7.5 Propuestas de líneas de investigación futuras
Daniela Margoth Caichug Rivera
Pablo Andres Pumarica Berrones
Este libro propone una mirada integral, crítica y propositiva sobre la innovación docente en la educación superior, entendida como un proceso transformador que va más allá del uso de tecnologías o de la adopción de metodologías novedosas. Desde una perspectiva humanista, situada y ética, se abordan los fundamentos teóricos, las políticas públicas, las metodologías activas, las tecnologías emergentes, la evaluación del aprendizaje y las experiencias concretas que están redefiniendo el acto de enseñar y aprender en contextos universitarios.
A lo largo de ocho capítulos, se ofrece un recorrido sistemático que articula el análisis conceptual con estudios de caso y proyecciones de futuro. Se presentan prácticas pedagógicas innovadoras que han demostrado impacto en la formación de competencias, la mejora del compromiso estudiantil y la calidad del aprendizaje. Asimismo, se reflexiona sobre los desafíos éticos, organizativos y culturales que enfrenta la transformación educativa en América Latina y el mundo.
Dirigida a docentes, investigadores, gestores académicos y tomadores de decisiones, esta obra ofrece herramientas conceptuales y prácticas para repensar la docencia universitaria en clave de equidad, inclusión, participación y sostenibilidad. Su enfoque interdisciplinario y su fundamentación rigurosa la convierten en un texto de referencia para quienes desean impulsar un cambio educativo profundo, no solo desde el aula, sino desde el diseño institucional, la política pública y la investigación educativa.
Innovar, como aquí se defiende, es una acción pedagógica con sentido, orientada a construir nuevos horizontes para una educación superior más justa, humana y transformadora.
This book offers a comprehensive, critical, and proactive approach to teaching innovation in higher education, understood as a transformative process that goes beyond the use of technologies or the adoption of innovative methodologies. From a humanistic, situated, and ethical perspective, it addresses the theoretical foundations, public policies, active methodologies, emerging technologies, learning assessment, and concrete experiences that are redefining the act of teaching and learning in university contexts.
Over eight chapters, it offers a systematic overview that articulates conceptual analysis with case studies and future projections. It presents innovative pedagogical practices that have demonstrated impact on the development of competencies, improved student engagement, and the quality of learning. It also reflects on the ethical, organizational, and cultural challenges facing educational transformation in Latin America and around the world. Aimed at teachers, researchers, academic administrators, and decision-makers, this work offers conceptual and practical tools for rethinking university teaching in terms of equity, inclusion, participation, and sustainability. Its interdisciplinary approach and rigorous foundation make it a reference text for those who wish to promote profound educational change, not only in the classroom but also through institutional design, public policy, and educational research.
Innovation, as advocated here, is a meaningful pedagogical action, aimed at building new horizons for a more just, humane, and transformative higher education.
Vivimos tiempos de profundas transformaciones en el campo educativo, donde las instituciones de educación superior enfrentan el desafío de repensarse constantemente frente a nuevas demandas sociales, avances tecnológicos vertiginosos y un estudiantado cada vez más diverso, conectado y exigente. En este contexto de cambio continuo, la innovación docente se ha vuelto no solo una oportunidad, sino una responsabilidad ineludible para quienes asumimos la tarea de enseñar, formar y acompañar procesos de aprendizaje con sentido.
El libro que el lector tiene en sus manos constituye una valiosa contribución para comprender, sistematizar y proyectar las múltiples dimensiones de la innovación en la docencia universitaria. Con un enfoque riguroso, reflexivo y humanista, el autor no solo revisa marcos teóricos relevantes y experiencias significativas, sino que proporciona herramientas prácticas, estudios de caso inspiradores y horizontes de futuro para quienes desean mejorar la calidad de la enseñanza con compromiso ético y visión transformadora.
Lo que distingue a esta obra no es únicamente la pertinencia del tema ni la solidez de sus argumentos, sino su capacidad de integrar el pensamiento crítico con la aplicabilidad pedagógica, en un equilibrio poco frecuente entre la reflexión rigurosa y la acción transformadora. Lejos de caer en la simplificación tecnocrática —que reduce la innovación educativa a modas instrumentales o soluciones prefabricadas—, y lejos también del discurso vaciado de contenido —que declama el cambio sin confrontar las estructuras que lo impiden—, este libro ofrece un recorrido lúcido, provocador y comprometido por los desafíos reales de la educación superior en contextos latinoamericanos.
Se trata de un texto necesario, no solo por su contenido, sino por la invitación ética, política y pedagógica que plantea: pensar la innovación desde su sentido, su finalidad y sus destinatarios. Aquí no se trata únicamente de preguntarse cómo innovar, sino sobre todo para qué y para quién. En un mundo saturado de dispositivos, plataformas y métricas, este libro recuerda que toda decisión pedagógica —también las que incorporan tecnología o metodologías activas— implica una toma de posición frente al conocimiento, al poder y a la justicia.
Este libro no es una guía técnica ni una receta de buenas prácticas; es, ante todo, un llamado a reconfigurar la docencia como un acto de creación, responsabilidad y transformación social. Reivindica al profesorado como sujeto epistémico, creativo y reflexivo, y no como simple ejecutor de políticas o estrategias preestablecidas. Abre caminos para pensar el aula como un espacio vivo, en disputa, cargado de sentidos y posibilidades.
Por eso, esta lectura es imprescindible para docentes, investigadores, gestores y estudiantes de posgrado que se atreven a interrogar las prácticas heredadas y a imaginar otras formas de habitar la universidad. Porque otra educación superior no solo es posible: es urgente. Y este libro contribuye, con lucidez y compromiso, a construirla.
La educación superior atraviesa una etapa de profundas transformaciones estructurales, pedagógicas y tecnológicas que desafían las formas tradicionales de enseñar y aprender. En un mundo marcado por la incertidumbre, la globalización del conocimiento, la digitalización acelerada y los cambios en los perfiles de los estudiantes, la necesidad de replantear los modelos educativos se vuelve imperativa. La innovación docente, en este sentido, deja de ser una opción para convertirse en un componente esencial de la calidad educativa y la pertinencia institucional.
El concepto de innovación en la docencia universitaria trasciende la incorporación de tecnologías o la modificación de estrategias metodológicas. Se trata de un proceso complejo que implica la revisión crítica de los paradigmas pedagógicos existentes, la adaptación a nuevos entornos de aprendizaje, la integración de prácticas inclusivas y centradas en el estudiante, así como la transformación de la cultura organizacional de las instituciones de educación superior. Innovar, en este contexto, es un acto de compromiso con la mejora continua, la equidad y la construcción de conocimientos significativos y socialmente relevantes.
Durante los últimos años, hemos sido testigos de una proliferación de enfoques y modelos que buscan redefinir el rol del docente y del estudiante en el aula universitaria. Desde las metodologías activas como el aprendizaje basado en problemas, el aula invertida o la gamificación, hasta el uso de tecnologías emergentes como la inteligencia artificial, la realidad aumentada o las plataformas adaptativas, las posibilidades para renovar la práctica docente son múltiples y diversas. Sin embargo, no todas las innovaciones tienen el mismo impacto ni responden a los mismos contextos. Por ello, es necesario comprender la innovación desde una perspectiva crítica, fundamentada y situada.
Este libro bibliográfico, titulado Innovación docente en la educación superior: nuevos horizontes para el aprendizaje, nace con el objetivo de sistematizar y analizar las principales líneas de reflexión, debate y acción en torno a la innovación pedagógica en la universidad. Se trata de una obra de carácter académico que, a partir de un enfoque bibliográfico riguroso, revisa y organiza un cuerpo teórico y práctico relevante para investigadores, docentes, gestores académicos y estudiantes de posgrado interesados en transformar las dinámicas de enseñanza-aprendizaje.
A lo largo de sus capítulos, el lector encontrará un recorrido temático que parte de los fundamentos conceptuales de la innovación docente y se adentra en áreas clave como la aplicación de metodologías activas, el uso de tecnologías en el aula, la evaluación del aprendizaje desde enfoques alternativos, la formación docente continua, y la sistematización de experiencias exitosas en diversos contextos universitarios, con énfasis en el espacio iberoamericano. Además, se ofrece una mirada prospectiva sobre los desafíos que enfrenta la educación superior en un escenario postpandemia, donde se hace urgente consolidar modelos híbridos, resilientes y centrados en la formación integral.
El enfoque metodológico que guía esta obra se basa en la revisión documental y bibliográfica de artículos científicos, libros especializados, informes institucionales y estudios de caso recientes, publicados en revistas académicas y bases de datos reconocidas. Esta estrategia permite construir una visión panorámica y actualizada sobre el estado del arte de la innovación docente, sin perder de vista las especificidades culturales, políticas y sociales que atraviesan a cada institución.
Con esta propuesta, no pretendemos ofrecer fórmulas universales ni recetarios pedagógicos. Por el contrario, aspiramos a abrir un espacio de reflexión, debate y aprendizaje compartido en torno a los caminos posibles —y necesarios— para una educación superior transformadora. Reconocemos que innovar en docencia requiere tiempo, formación, acompañamiento institucional y, sobre todo, voluntad de cambio. Por ello, esperamos que este libro contribuya a fortalecer las capacidades pedagógicas del profesorado, a inspirar nuevas prácticas y a orientar políticas educativas que promuevan una educación superior más justa, equitativa y de calidad.
En definitiva, este libro se presenta como una herramienta académica y profesional para comprender y proyectar los nuevos horizontes del aprendizaje en la educación superior. Que su lectura despierte preguntas, motive el diálogo y contribuya, desde la teoría y la práctica, a una docencia universitaria más humana, pertinente y transformadora.
¡Bienvenidos a Innovación docente en la educación superior:
nuevos horizontes para el aprendizaje!
La innovación educativa se refiere al conjunto de procesos, estrategias y enfoques que introducen cambios significativos, sostenibles y contextualmente pertinentes en las prácticas de enseñanza y aprendizaje, con el fin de mejorar la calidad, la equidad y la relevancia de la experiencia formativa. Estos cambios pueden desplegarse en distintos niveles del sistema educativo: desde la incorporación de nuevas metodologías activas, el rediseño curricular, la reconfiguración del rol docente y la participación estudiantil, hasta la transformación de los entornos, medios y recursos pedagógicos (Silva, 2024).
No obstante, es importante señalar que no todo cambio constituye una innovación. Para que una práctica pueda ser considerada innovadora, debe cumplir ciertos criterios esenciales: estar teóricamente fundamentada, es decir, articulada con principios pedagógicos sólidos; estar orientada a la solución de un problema educativo real y contextualizado; y ser evaluada críticamente en función de su impacto transformador sobre el aprendizaje, la motivación, la inclusión y el desarrollo integral del estudiantado. Innovar no es simplemente incorporar tecnologías o replicar estrategias de moda: es pensar críticamente la enseñanza desde sus fundamentos y desde sus efectos.
Si bien la innovación educativa no es un fenómeno nuevo —pues ha acompañado históricamente las reformas, movimientos pedagógicos y avances científicos—, en el siglo XXI adquiere una urgencia renovada y una densidad ética ineludible. Factores como el avance acelerado de las tecnologías de la información y la comunicación, la globalización del conocimiento, la emergencia climática, las nuevas dinámicas del mercado laboral, la transformación del rol del estudiantado y la diversidad sociocultural de las aulas exigen respuestas pedagógicas más creativas, inclusivas y comprometidas (Aravena Gaete & Roy Sadradín, 2024).
En este contexto, innovar en educación no es una opción instrumental, sino un compromiso ético, político y pedagógico con la mejora continua, la justicia social y la formación de sujetos críticos, creativos y éticamente implicados con su entorno. La innovación educativa debe orientarse no solo a mejorar indicadores institucionales, sino a contribuir a una transformación profunda de las formas de enseñar, aprender y convivir, poniendo en el centro a las personas, los territorios y los sentidos de la educación en un mundo cada vez más complejo e incierto.
La comprensión de la innovación docente requiere un análisis de los paradigmas pedagógicos que han marcado la evolución de la educación. A grandes rasgos, se identifican tres enfoques dominantes:
· Paradigma tradicional: centrado en la transmisión de contenidos desde el docente al estudiante. El saber se concibe como acabado y el aprendizaje como recepción pasiva.
· Paradigma constructivista: pone énfasis en la construcción activa del conocimiento por parte del estudiante, a partir de su interacción con el entorno y sus experiencias previas.
· Paradigma conectivista y postmoderno: reconoce la importancia de las redes, la colaboración y el acceso a múltiples fuentes de información en entornos digitales. El conocimiento se concibe como fluido, distribuido y en constante transformación.
La innovación docente se alimenta de estos
paradigmas, especialmente del constructivismo y el conectivismo, al proponer
prácticas que promuevan la autonomía, la participación y el aprendizaje
significativo.
En el marco de la innovación, el rol del docente se redefine profundamente. Ya no se trata de un mero transmisor de contenidos, sino de un facilitador del aprendizaje, un mediador pedagógico, un diseñador de experiencias formativas y, en muchos casos, un creador de contenidos digitales. Esta transformación implica desarrollar nuevas competencias, especialmente en el uso de tecnologías, la gestión de ambientes híbridos, la evaluación auténtica y la atención a la diversidad.
Asimismo, el docente debe convertirse en un investigador de su propia práctica, capaz de reflexionar críticamente sobre lo que enseña, cómo lo enseña y con qué resultados. Esta actitud investigativa es fundamental para que la innovación no sea solo una moda, sino una práctica fundamentada y sostenible (Pérez Carvajal et al., 2024).
A pesar de los avances, innovar en educación superior no está exento de dificultades. Entre los principales obstáculos se encuentran:
· La resistencia al cambio por parte del profesorado o de las instituciones.
· La falta de formación pedagógica en muchos contextos universitarios.
· La sobrecarga administrativa y la escasez de tiempo para diseñar nuevas estrategias.
· La ausencia de incentivos o reconocimiento institucional a la labor innovadora.
Superar estos retos requiere una acción articulada entre políticas públicas, compromisos institucionales y desarrollo profesional docente.
Para que la innovación docente trascienda las iniciativas individuales y se consolide como un proceso continuo y sostenible, es indispensable la construcción de una cultura de la innovación en el interior de las instituciones de educación superior. Esta cultura no se impone por decreto ni nace de la simple incorporación de tecnologías, sino que se cultiva, se legitima y se practica colectivamente. Implica transformar las formas de pensar, de enseñar, de evaluar y de relacionarse con el conocimiento, así como los modos en que las instituciones reconocen y gestionan la práctica pedagógica (Litwin, 2004).
Una verdadera cultura de la innovación supone una actitud institucional y docente favorable al cambio, caracterizada por la curiosidad pedagógica, la apertura al riesgo didáctico, la valoración del error como oportunidad de aprendizaje, y la disposición para experimentar nuevas metodologías, recursos y formas de evaluación. También implica construir un clima de confianza, horizontalidad y corresponsabilidad, en el que docentes, directivos y estudiantes puedan contribuir activamente a los procesos de transformación.
Fomentar una cultura innovadora exige liderazgo pedagógico a todos los niveles institucionales, desde los equipos rectorales hasta las jefaturas de carrera, pasando por coordinaciones académicas y cuerpos docentes. Este liderazgo debe ser inspirador, participativo y coherente, promoviendo el diálogo horizontal, la reflexión colectiva, la sistematización de experiencias y el fortalecimiento de capacidades docentes (Chao-Rebolledo & Rivera-Navarro, 2024).
Además, esta cultura se ve favorecida cuando existen estructuras organizativas y políticas explícitas que la respalden. Las universidades que han logrado consolidar procesos innovadores suelen contar con:
· Unidades de innovación educativa que acompañan, asesoran y capacitan al profesorado en el diseño e implementación de propuestas pedagógicas innovadoras.
· Comunidades de práctica docentes, donde se comparten saberes, desafíos y recursos, y donde el conocimiento se construye de manera colaborativa.
· Redes interinstitucionales de innovación, que permiten el intercambio de experiencias entre universidades, potenciando sinergias y aprendizajes compartidos.
· Mecanismos de reconocimiento y estímulo, como concursos, premios, convocatorias internas, licencias para innovación o promoción académica vinculada a prácticas docentes destacadas.
· Espacios institucionalizados de formación continua, que abordan no solo el uso de tecnologías, sino el diseño didáctico, la evaluación transformadora, la inclusión, la educación virtual y las pedagogías críticas.
Por otro lado, construir una cultura de la innovación también supone superar resistencias legítimas, muchas veces vinculadas a la sobrecarga docente, a la falta de tiempo o recursos, o al temor a la exposición y al juicio. En este sentido, el desafío institucional es generar condiciones habilitantes para la innovación, que reconozcan el esfuerzo docente, reduzcan la precariedad y ofrezcan acompañamiento cercano y sostenido (Pérez Carvajal et al., 2024).
Finalmente, una cultura de la innovación en educación superior no se reduce a lo metodológico o técnico. Debe estar guiada por una visión crítica, ética y humanista de la educación, que entienda la innovación no como un fin en sí mismo, sino como un medio para mejorar el aprendizaje, democratizar el acceso al conocimiento y transformar las relaciones educativas. Innovar es una práctica social, política y pedagógica que cobra sentido cuando contribuye a formar profesionales comprometidos con la realidad y capaces de construir alternativas para un mundo más justo, solidario y sostenible.
La innovación docente no puede entenderse como una acción aislada, anecdótica o puntual, impulsada únicamente por el entusiasmo individual de algunos docentes o la adopción esporádica de nuevas tecnologías. Por el contrario, requiere ser abordada desde un enfoque sistémico e institucional, que reconozca su naturaleza compleja, interdependiente y multifactorial. Innovar no significa simplemente cambiar lo que ocurre en el aula; significa transformar las condiciones que hacen posible —o que dificultan— esas transformaciones (Kaplan, 2020).
Un enfoque sistémico implica reconocer que la práctica docente está inmersa en una red de factores que se influyen mutuamente: la formación y desarrollo profesional del profesorado, los diseños curriculares, la disponibilidad y apropiación crítica de recursos tecnológicos, las culturas organizativas, los marcos normativos y de evaluación institucional, y las características socioeducativas del estudiantado. La innovación, por tanto, no puede sostenerse si no se articula con esta totalidad.
Este enfoque permite comprender que el éxito de una propuesta innovadora no depende únicamente de la voluntad ni de la capacidad del docente, sino también de las condiciones estructurales, organizativas y culturales que la posibilitan o limitan. Por ejemplo, una estrategia pedagógica creativa puede fracasar si no cuenta con el respaldo institucional, si los criterios de evaluación siguen siendo tradicionales, si el currículo es rígido o si el entorno digital no está adecuadamente desarrollado (Assunção da Silva & Ramos, 2024).
Por ello, es fundamental que las instituciones de educación superior asuman la innovación no como un esfuerzo voluntarista, sino como un compromiso estratégico. Esto implica diseñar e implementar planes integrales de innovación educativa, que estén alineados con el modelo pedagógico institucional, con las políticas de calidad, con los sistemas de evaluación docente y con los procesos de formación continua del profesorado.
Un enfoque sistémico también demanda un cambio en la cultura académica: pasar de lógicas individualistas y burocráticas hacia formas colaborativas, reflexivas y horizontales de trabajo. Fomentar comunidades de práctica, redes docentes, grupos de investigación e innovación pedagógica, y estructuras que reconozcan y valoren la experimentación didáctica como parte del quehacer universitario, es esencial para sostener procesos de cambio duraderos.
Además, es clave incluir mecanismos de monitoreo, evaluación y mejora continua que permitan identificar los impactos reales de las innovaciones implementadas, aprender de las experiencias, corregir desvíos y sistematizar buenas prácticas. Solo así será posible consolidar una cultura institucional que no solo permita innovar, sino que aprenda a hacerlo de manera crítica, sostenible y contextualizada (Leigh et al., 2024).
En síntesis, la innovación en la educación superior debe concebirse como una política de transformación pedagógica estructural, que requiere visión de conjunto, liderazgo institucional, recursos adecuados y participación colectiva. Solo desde esta mirada sistémica es posible construir procesos de cambio verdaderamente significativos, que impacten en la calidad, la pertinencia y la equidad del aprendizaje universitario (Sgreccia et al., 2024).
1.8. La investigación educativa como base para innovar
Toda innovación significativa debe estar sustentada en evidencia empírica y reflexión crítica. La investigación educativa cumple un papel fundamental al ofrecer marcos teóricos, metodologías de análisis y estudios de caso que orientan las decisiones docentes. Innovar sin investigar puede llevar a reproducir prácticas ineficaces o desvinculadas del contexto (Castillo Inzulza, 1988).
El profesorado universitario, en su rol de académico, debe
asumir la investigación no solo como una exigencia para la producción
científica, sino como una herramienta para mejorar su praxis. La
sistematización de experiencias, los estudios de aula y la investigación-acción
son estrategias valiosas para generar conocimiento situado y compartir buenas
prácticas en comunidades académicas.
Figura 2.- La Innovación como base de la investigación educativa
1.9. El papel del contexto: innovación situada y pertinente
La innovación no es universal ni homogénea. Cada institución, cada carrera, cada grupo de estudiantes plantea desafíos específicos que requieren respuestas contextualizadas. Por ello, es fundamental hablar de innovación situada, es decir, aquella que responde a las realidades sociales, culturales, económicas y tecnológicas del entorno donde se implementa (Kaplan & Haenlein, 2016).
En América Latina, por ejemplo, innovar implica considerar las brechas de acceso a tecnologías, la diversidad lingüística y cultural, las desigualdades estructurales y los modelos pedagógicos heredados de tradiciones autoritarias. Una innovación verdaderamente transformadora es aquella que reconoce estas particularidades y las convierte en oportunidades de aprendizaje significativo.
1.10. Ética y responsabilidad en los procesos de innovación
Toda innovación docente debe estar guiada por principios éticos. Es fundamental preguntarse no solo cómo se enseña, sino para qué y para quién se enseña. En un tiempo marcado por la automatización, la vigilancia digital y la estandarización educativa, los docentes deben ejercer un rol crítico ante las tecnologías, salvaguardando la centralidad del ser humano en el proceso educativo.
Además, la innovación no debe reproducir desigualdades ni excluir a los estudiantes con menos recursos o con necesidades educativas diversas. La equidad, la inclusión y el respeto por la dignidad del estudiante deben ser ejes transversales de toda propuesta innovadora (Saço et al., 2024).
1.11. Conclusión
La innovación docente en la educación superior es una necesidad urgente, pero también una tarea profundamente compleja que exige reflexión, compromiso institucional, sensibilidad pedagógica y una visión crítica del contexto educativo actual. En un entorno caracterizado por la transformación digital, la multiplicidad de saberes y las demandas sociales emergentes, innovar ya no es un lujo ni una elección opcional, sino una responsabilidad ética con el aprendizaje y el futuro de las nuevas generaciones.
Este capítulo ha presentado una base conceptual sólida para comprender las múltiples dimensiones que configuran la innovación en la docencia universitaria. Se ha abordado desde los paradigmas pedagógicos —que ofrecen marcos interpretativos diversos para la enseñanza y el aprendizaje— hasta los factores institucionales que condicionan o habilitan las posibilidades reales de cambio en las aulas. También se ha reflexionado sobre la importancia de una cultura organizativa favorable al riesgo y la creatividad, el rol fundamental de la investigación educativa como sustento de las decisiones pedagógicas, la necesidad de contextualizar las prácticas en realidades socioculturales específicas, y la dimensión ética que debe guiar todo proceso innovador (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
Entender la innovación como un proceso situado, sistémico y sostenido nos permite alejarnos de visiones simplistas o modas pasajeras que reducen la transformación educativa a la incorporación acrítica de tecnologías o a la copia de modelos foráneos. Innovar implica un cambio profundo en las formas de concebir la enseñanza, las relaciones con el conocimiento, y el sentido mismo de la educación superior como espacio formativo, inclusivo y socialmente comprometido.
Es fundamental reconocer que la innovación no se impone, sino que se construye desde el diálogo, la colaboración y el reconocimiento de las buenas prácticas. Requiere una comunidad docente dispuesta a aprender, desaprender y reaprender en función de las necesidades de sus estudiantes y de los desafíos contemporáneos. Y, sobre todo, demanda instituciones que valoren, acompañen y sostengan los esfuerzos transformadores con políticas coherentes, recursos adecuados y modelos educativos flexibles (Ruiz-Galende et al., 2021).
En los próximos capítulos se explorarán con mayor profundidad los caminos que materializan estos principios en la práctica. Se analizarán las metodologías activas como motores del cambio pedagógico, el uso estratégico de las tecnologías digitales en la enseñanza universitaria, las formas innovadoras de evaluación del aprendizaje y las experiencias concretas que están marcando nuevos horizontes para el quehacer docente en la educación superior.
La innovación docente en la educación superior no puede entenderse al margen de los marcos normativos, las políticas públicas y las estrategias institucionales que regulan orientan y condicionan el desarrollo de los procesos educativos. Las políticas educativas no son elementos neutros: actúan como catalizadores o barreras para el cambio, ya que definen las prioridades institucionales, asignan recursos, establecen incentivos y delinean las condiciones estructurales para la transformación pedagógica (Santos & Costa, 2021).
En este sentido, la innovación no es únicamente el resultado del entusiasmo individual del profesorado o de prácticas aisladas en el aula. Por el contrario, su viabilidad, sostenibilidad y escalabilidad están profundamente ligadas al respaldo político-institucional y a la existencia de un entorno normativo que favorezca la creatividad pedagógica, la experimentación didáctica y la mejora continua. Esto implica que los Estados, los ministerios de educación, los organismos multilaterales y las propias universidades deben asumir un rol activo y corresponsable en la construcción de culturas institucionales que valoren e impulsen la innovación como componente estructural de la calidad educativa.
El marco político-educativo de la innovación debe incluir, por tanto, políticas integrales, que vayan más allá de iniciativas dispersas o programas temporales. Estas políticas deben articular normativas claras, programas de financiamiento sostenido, mecanismos de evaluación pedagógica, estrategias de formación docente y marcos curriculares flexibles y pertinentes. Además, deben estar alineadas con los principios de equidad, inclusión, pertinencia social y sostenibilidad (Owoc et al., 2021).
Finalmente, es fundamental reconocer que el impacto de las políticas de innovación no depende únicamente de su formulación técnica, sino de cómo son apropiadas, implementadas y resignificadas por los actores que las llevan a la práctica. La existencia de un marco normativo favorable es una condición necesaria, pero no suficiente: se requiere también liderazgo pedagógico, participación de la comunidad académica y voluntad política para transformar estructuras institucionales que muchas veces reproducen inercias tradicionales (Touriñán López, 2013).
En América Latina, diversos países han avanzado en la formulación de planes nacionales de innovación educativa, orientados a mejorar la calidad de la enseñanza en la educación superior.
Por ejemplo:
No obstante, en muchos países, estas políticas enfrentan problemas estructurales como la falta de continuidad entre gobiernos, la escasez de recursos, el débil seguimiento de impacto y la desconexión entre las políticas y las realidades del aula universitaria (Marzilli et al., 2014).
Existen también instrumentos internacionales que orientan los esfuerzos nacionales hacia modelos de innovación más inclusivos, sostenibles y basados en derechos:
Estos marcos internacionales ofrecen principios orientadores, pero su aplicación efectiva depende de cómo son integrados a nivel institucional, presupuestario y normativo por cada país.
Figura 3 Marco regulatorio y requisitos de cumplimiento
Dentro de cada universidad, los modelos educativos institucionales representan marcos normativos concretos que guían el tipo de innovación que se promueve. Un modelo educativo define la visión pedagógica de la institución, el perfil del egresado, las estrategias de enseñanza-aprendizaje, y los mecanismos de evaluación y seguimiento (Silva, 2024).
Muchas universidades han reformulado sus modelos educativos para incorporar componentes como:
El grado de implementación real de estos modelos depende en gran medida de las políticas internas: planes estratégicos, normativas académicas, políticas de formación docente, e incentivos para la innovación. En este sentido, el papel de las autoridades académicas y los equipos de calidad educativa resulta crucial.
Aunque existen esfuerzos importantes para normar e impulsar la innovación docente, persisten múltiples desafíos estructurales que limitan su consolidación:
Superar estos obstáculos requiere una gestión del cambio coherente, liderazgos comprometidos, visión a largo plazo y una normativa flexible que acompañe los procesos de transformación (Aravena Gaete & Roy Sadradín, 2024).
Los principales desafíos que enfrenta el marco regulatorio en el contexto de la innovación educativa en la educación superior.
Entre los elementos destacados se encuentra la falta de experiencia institucional, que limita la formulación de políticas efectivas y contextualizadas. La captura regulatoria, por su parte, señala el riesgo de que los marcos normativos respondan más a intereses particulares que al bien común (Sgreccia et al., 2024).
Asimismo, se identifican los altos costos de cumplimiento, que dificultan la implementación de normativas, especialmente en instituciones con menos recursos. Otro factor crítico es la laguna regulatoria, entendida como la ausencia de marcos claros o actualizados que aborden los nuevos escenarios educativos.
A esto se suma la complejidad normativa, que genera confusión, fragmentación y duplicación de esfuerzos, y las capacidades limitadas de cumplimiento, que impiden a muchas universidades llevar a la práctica las regulaciones existentes (Litwin, 2004).
En conjunto, estos factores reflejan las tensiones entre la intención de innovar y las estructuras institucionales que, muchas veces, ralentizan o bloquean los procesos de transformación. Reconocer estas limitaciones es clave para avanzar hacia una gobernanza más flexible, inclusiva y favorable a la innovación pedagógica.
A continuación, se presenta un esquema gráfico que sintetiza los principales desafíos asociados al marco regulatorio en el contexto de la innovación educativa.
Figura 4 Desafíos y limitaciones del marco regulatorio
Existen universidades que han logrado articular de forma exitosa sus políticas internas con modelos de innovación reconocidos a nivel internacional. Por ejemplo:
Estos casos muestran que, cuando existe alineación entre la normativa, la cultura institucional y el acompañamiento pedagógico, la innovación se consolida y escala con impacto.
Un elemento central en toda política educativa innovadora debe ser la garantía de la equidad y la inclusión. Esto implica diseñar normativas que aseguren el acceso a las tecnologías, la adecuación pedagógica para estudiantes con discapacidad, el respeto a la diversidad cultural y lingüística, y la equidad de género en el acceso a la formación y al reconocimiento docente (Pérez Carvajal et al., 2024).
La innovación sin inclusión corre el riesgo de amplificar brechas ya existentes. Por ello, las políticas deben estar acompañadas de criterios éticos y de justicia social, que orienten la transformación educativa hacia una educación verdaderamente democrática.
La innovación docente en la educación superior no puede reducirse a prácticas espontáneas o esfuerzos individuales; requiere una base normativa sólida y políticas coherentes que respalden, promuevan y sostengan el cambio educativo. A lo largo de este capítulo, se ha evidenciado que los marcos regulatorios —tanto internacionales como nacionales e institucionales— desempeñan un rol estratégico en la construcción de entornos propicios para la innovación, al establecer condiciones estructurales, principios pedagógicos y rutas de implementación que orientan las acciones del profesorado y las universidades.
Sin embargo, también ha quedado claro que muchos de estos marcos normativos aún presentan limitaciones significativas: rigidez curricular, falta de financiamiento, escasa articulación interinstitucional y políticas que, en ocasiones, no trascienden el nivel declarativo. Para que la innovación sea efectiva, debe estar acompañada de políticas operativas, de recursos concretos y de una gobernanza académica que incentive el riesgo pedagógico, la reflexión crítica y el trabajo colaborativo.
Asimismo, las políticas de innovación deben tener una orientación inclusiva, basada en la equidad y el respeto por la diversidad. Innovar no significa imponer modelos homogéneos ni reproducir brechas de acceso, sino diseñar estrategias pedagógicas flexibles y pertinentes que respondan a los contextos culturales, sociales y tecnológicos de cada institución y región. En América Latina, esta perspectiva es fundamental para evitar la reproducción de desigualdades históricas en los sistemas educativos.
Finalmente, la creación de una cultura de innovación requiere un marco normativo que no solo habilite el cambio, sino que lo legitime, lo acompañe y lo evalúe sistemáticamente. Las instituciones de educación superior deben repensar sus modelos educativos y actualizar sus normativas para permitir una transformación pedagógica profunda, centrada en el aprendizaje, la inclusión y la formación integral del estudiantado (Chao-Rebolledo & Rivera-Navarro, 2024).
En los siguientes capítulos se profundizará en los recursos y estrategias pedagógicas que hacen posible este cambio desde el aula, comenzando con el análisis de las metodologías activas como ejes dinamizadores de la innovación docente.
La transformación de la docencia universitaria encuentra en las metodologías activas uno de sus pilares más sólidos. Estas estrategias se orientan a desplazar el foco de la enseñanza tradicional —centrada en la transmisión de contenidos— hacia un aprendizaje dinámico, participativo y significativo, en el que el estudiante asume un rol protagónico en la construcción de su propio conocimiento.
Las metodologías activas no son técnicas aisladas, sino marcos didácticos que promueven la autonomía, la colaboración, el pensamiento crítico y la aplicación contextualizada del saber. Su aplicación ha demostrado mejorar el rendimiento académico, aumentar la motivación estudiantil y favorecer el desarrollo de competencias para el siglo XXI (Sgreccia et al., 2024).
Para implementar con éxito metodologías activas como el aprendizaje basado en proyectos (ABP), es fundamental comprender las fases que estructuran el proceso de trabajo colaborativo y significativo. Estas etapas no solo organizan la dinámica de enseñanza-aprendizaje, sino que también promueven la autonomía, la investigación, la toma de decisiones compartidas y la evaluación reflexiva por parte del estudiantado.
A continuación, se presenta un esquema visual que sintetiza las principales fases del ABP, desde la formación de equipos y la definición del producto final, hasta la evaluación y la autoevaluación. Cada una de estas etapas es clave para consolidar aprendizajes profundos y desarrollar competencias transversales:
Figura 5 Herramientas activas como motor de cambio
Las metodologías activas se sustentan en corrientes pedagógicas como el constructivismo, el socio constructivismo y el aprendizaje experiencial. Estas corrientes coinciden en que:
Desde esta perspectiva, el docente se convierte en un facilitador del aprendizaje, un diseñador de experiencias educativas retadoras y un guía en la resolución de problemas reales.
A continuación, se describen algunas de las metodologías activas más implementadas en contextos universitarios:
El Aprendizaje Basado en Problemas (ABP) es una estrategia metodológica centrada en el estudiante que promueve el desarrollo del pensamiento crítico, la investigación autónoma y el trabajo colaborativo mediante el planteamiento y resolución de problemas complejos y contextualizados. Su estructura didáctica parte de una situación problemática —generalmente real o simulada— que el estudiante debe abordar utilizando conocimientos previos, recursos académicos y habilidades de indagación (Kaplan, 2020).
En este modelo, el problema no se presenta como una aplicación final del conocimiento, sino como el punto de partida para el aprendizaje. A través de su análisis y resolución, el estudiante identifica qué necesita saber, define objetivos de aprendizaje, busca información pertinente, discute con sus pares y construye explicaciones o soluciones posibles. Esto permite que el conocimiento sea adquirido en función de su utilidad y relevancia, promoviendo un aprendizaje más significativo, profundo y duradero.
El ABP favorece la adquisición de competencias transversales como la toma de decisiones, el razonamiento lógico, la argumentación, la gestión del tiempo, la comunicación efectiva y la autorregulación del aprendizaje.
Asimismo, promueve el trabajo en equipo y el desarrollo de actitudes como la escucha activa, la tolerancia a la ambigüedad, la empatía y la responsabilidad compartida.
Figura 6 Pasos para implementar el ABP
Este enfoque es ampliamente utilizado en carreras como medicina, derecho, ingeniería, educación y ciencias sociales, donde los estudiantes deben enfrentar situaciones problemáticas de alta complejidad y tomar decisiones fundamentadas. Además, el ABP se adapta tanto a entornos presenciales como virtuales, lo que lo convierte en una herramienta versátil en contextos de educación híbrida.
La función del docente en el ABP cambia radicalmente: ya no actúa como transmisor de información, sino como facilitador del aprendizaje, guiando el proceso, planteando preguntas clave, promoviendo la reflexión y asegurando que se cumplan los objetivos formativos.
Esta transformación del rol docente requiere una planificación cuidadosa, la selección de problemas relevantes y desafiantes, y el uso de estrategias de evaluación auténticas, que consideren tanto el proceso como el producto del aprendizaje (Assunção da Silva & Ramos, 2024).
En definitiva, el Aprendizaje Basado en Problemas representa un modelo pedagógico activo, dialógico y constructivista que fortalece la autonomía, el compromiso y la capacidad de los estudiantes para enfrentarse a los desafíos de la vida académica, profesional y social, en línea con los principios de una educación superior transformadora (Touriñán López, 2013).
El modelo de aula invertida representa una de las estrategias pedagógicas más destacadas dentro del enfoque de metodologías activas. Esta modalidad rompe con el esquema tradicional de enseñanza, ya que traslada la exposición de los contenidos teóricos fuera del aula, mediante recursos digitales como vídeos, lecturas guiadas, podcasts o presentaciones interactivas, los cuales son revisados previamente por el estudiante en su propio tiempo y ritmo.
De este modo, el tiempo presencial en el aula no se utiliza para transmitir información, sino para aplicarla activamente a través de ejercicios prácticos, debates, resolución colaborativa de problemas, estudios de caso y procesos de retroalimentación continua. Esta reorganización del tiempo y del rol docente permite una experiencia educativa más significativa, centrada en el aprendizaje autónomo, el pensamiento crítico (Leigh et al., 2024).
Figura 7 Esquema explicativo del modelo de Aula Invertida: componentes, ventajas y desafíos.
Una de las principales ventajas del aula invertida es que favorece la personalización del aprendizaje, ya que permite a cada estudiante interactuar con los contenidos según su nivel de comprensión, retomarlos cuando sea necesario, y llegar al aula con una base previa que facilita la profundización colectiva. A su vez, el docente puede actuar como mediador, guía y facilitador, interviniendo de forma más estratégica y centrada en las necesidades reales de sus estudiantes (Castillo Inzulza, 1988).
Además de optimizar el tiempo de clase, este enfoque promueve una mayor responsabilidad académica, fortalece la autonomía del estudiante y facilita el desarrollo de habilidades del siglo XXI como la colaboración, la gestión del tiempo, la autorregulación y la alfabetización digital. Para su implementación efectiva, se requiere una cuidadosa planificación didáctica, el diseño de recursos accesibles y motivadores, y una adecuada gestión del cambio institucional, ya que puede generar resistencias en contextos poco familiarizados con la innovación pedagógica.
En suma, el aula invertida constituye una herramienta poderosa para transformar el proceso de enseñanza-aprendizaje, empoderando al estudiante y resignificando el rol del docente, en sintonía con los retos de una educación superior más activa, inclusiva y centrada en el aprendizaje profundo (Kaplan & Haenlein, 2016).
El (ABPy) es una metodología activa que sitúa al estudiante como protagonista de su proceso formativo, mediante la resolución de problemas auténticos o el desarrollo de propuestas que atienden necesidades reales del entorno social, cultural, económico o científico.
A través de esta estrategia, los estudiantes diseñan, planifican, ejecutan y evalúan proyectos concretos que les permiten vincular teoría y práctica de manera significativa y contextualizada.
A diferencia de las tareas académicas tradicionales, los proyectos propuestos en el ABPy suelen ser interdisciplinarios, colaborativos y orientados a la acción, lo que implica la integración de saberes provenientes de distintas áreas del conocimiento, el trabajo en equipo, y la producción de un resultado tangible o aplicable: un informe técnico, una propuesta social, una solución tecnológica, una campaña educativa, entre otros (Saço et al., 2024).
Esta metodología favorece el desarrollo de
competencias clave del siglo XXI, como la planificación, la toma de decisiones,
la creatividad, el pensamiento crítico, la resolución de problemas complejos,
la comunicación efectiva y la gestión de proyectos. Además, fortalece la
motivación intrínseca del estudiante al implicarse en situaciones que percibe
como útiles, relevantes o desafiantes, incrementando su sentido de pertenencia
y compromiso con el aprendizaje (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
Figura 8 Etapas del desarrollo del proyecto ABPy
El ABPy se adapta especialmente bien a carreras técnicas, científicas y sociales, donde la formación profesional requiere no solo de conocimientos conceptuales, sino de habilidades aplicadas en contextos reales. También es útil en programas de formación docente, ingeniería, ciencias de la salud, diseño, administración y ciencias sociales, entre otros, donde se busca generar impacto a través del aprendizaje situado (Ruiz-Galende et al., 2021).
Para su implementación efectiva, es necesario que el docente asuma un rol de facilitador y mediador, guiando el proceso de aprendizaje sin imponer soluciones, y creando entornos flexibles en los que el error sea comprendido como parte del proceso. Además, debe establecer criterios claros de evaluación —a menudo mediante rúbricas— que consideren tanto el proceso como el producto final, así como las habilidades individuales y colectivas desarrolladas.
Finalmente, el ABPy no solo promueve el aprendizaje profundo, sino también una educación comprometida con la realidad y orientada al cambio, en la medida en que forma estudiantes capaces de actuar, transformar y proponer alternativas en su contexto. En este sentido, se trata de una metodología que conjuga conocimiento, acción y sentido, alineándose con los principios de una pedagogía activa, crítica y emancipadora (Santos & Costa, 2021).
La gamificación es una estrategia pedagógica que consiste en incorporar mecánicas, dinámicas y elementos propios de los juegos —como desafíos, recompensas, misiones, niveles, avatares, narrativas o sistemas de puntos— en entornos de enseñanza-aprendizaje con el fin de incrementar la motivación, el compromiso y la participación del estudiante. No se trata simplemente de “jugar por jugar”, sino de estructurar experiencias lúdicas con propósitos formativos claramente definidos (Leigh et al., 2024)..
Esta metodología aprovecha el poder de los juegos para generar entusiasmo, superar el miedo al error, fomentar la superación personal y estimular el pensamiento estratégico. En la gamificación educativa, el aula se convierte en un espacio de exploración, creatividad y retroalimentación continua, donde el estudiante se involucra emocional y cognitivamente con su proceso de aprendizaje.
Uno de los pilares fundamentales de la gamificación es el diseño intencionado de retos progresivos, que mantengan al estudiante en una zona de desarrollo próximo, evitando tanto la frustración por tareas excesivamente difíciles como el aburrimiento ante actividades triviales (Marzilli et al., 2014).
A su vez, el sistema de recompensas —como insignias digitales, acceso a niveles avanzados o reconocimientos simbólicos— actúa como refuerzo positivo, favoreciendo la perseverancia y la autorregulación.
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Esta metodología ha demostrado ser especialmente útil para fomentar la participación en ambientes virtuales, el aprendizaje de contenidos complejos o abstractos, la evaluación formativa, y el desarrollo de habilidades blandas como el trabajo en equipo, la comunicación y la resolución de problemas. Además, puede adaptarse a distintas disciplinas, desde la ingeniería hasta las humanidades, y utilizarse tanto en entornos presenciales como virtuales o híbridos (Litwin, 2004).
No obstante, una implementación efectiva de la gamificación requiere planificación pedagógica rigurosa, dominio de las herramientas tecnológicas y claridad sobre los objetivos de aprendizaje. También es fundamental garantizar la inclusión, evitando que los sistemas de competencia afecten negativamente a quienes aprenden con ritmos o estilos diferentes.
En síntesis, la gamificación no busca trivializar el proceso educativo, sino potenciarlo a través de experiencias significativas, emocionalmente atractivas y cognitivamente estimulantes. Bien aplicada, esta estrategia puede ser una poderosa aliada en la construcción de entornos de aprendizaje más dinámicos, personalizados y centrados en el estudiante, en sintonía con los principios de una educación innovadora, activa y transformadora (Aravena Gaete & Roy Sadradín, 2024).
El aprendizaje cooperativo es una metodología activa que se basa en la organización del aula en pequeños grupos heterogéneos, donde los estudiantes trabajan de manera conjunta y estructurada para alcanzar objetivos académicos comunes, compartiendo recursos, responsabilidades y resultados. A diferencia del trabajo en grupo tradicional, el aprendizaje cooperativo se fundamenta en principios pedagógicos claros que garantizan la participación equitativa, el compromiso mutuo y la construcción colectiva del conocimiento (Santos & Costa, 2021).
Figura 10 Ventajas del aprendizaje cooperativo
Uno de sus ejes fundamentales es la interdependencia positiva, es decir, la conciencia de que el éxito de cada integrante del grupo depende del desempeño de los demás. Esta condición fomenta la colaboración genuina, el apoyo recíproco y la distribución equitativa de tareas. Cada miembro aporta sus fortalezas individuales al grupo y, al mismo tiempo, es responsable del logro de los objetivos comunes.
Además, esta metodología promueve el desarrollo de habilidades sociales y comunicativas, tales como la escucha activan, la empatía, la negociación, la resolución de conflictos y el liderazgo compartido. También fortalece la responsabilidad individual y grupal, dado que los estudiantes no solo responden por su propio aprendizaje, sino también por el del grupo (Castillo Inzulza, 1988).
El aprendizaje cooperativo es especialmente valioso en contextos de educación superior porque fortalece la autonomía académica, estimula el pensamiento crítico y propicia la construcción social del conocimiento, superando el modelo individualista y competitivo que predomina en muchas aulas universitarias.
Entre sus estructuras más conocidas se encuentran técnicas como el rompecabezas (jigsaw), piensa-compartir-presenta, pares cooperativos y grupos de investigación por tareas. Estas estructuras pueden adaptarse a diversas disciplinas, formatos (presenciales o virtuales) y niveles de complejidad, favoreciendo una enseñanza más inclusiva y participativa.
La implementación del aprendizaje cooperativo requiere un rol activo del docente como diseñador, facilitador y mediador del proceso, así como la definición clara de metas, tiempos, criterios de evaluación y mecanismos de seguimiento. Es fundamental evaluar tanto el producto final como los procesos de interacción y colaboración entre los estudiantes (Kaplan & Haenlein, 2016).
En definitiva, el aprendizaje cooperativo constituye una estrategia poderosa para fomentar el compromiso, el sentido de pertenencia y la construcción colectiva del saber, respondiendo a los principios de una educación superior que forma no solo profesionales competentes, sino también ciudadanos colaborativos y solidarios.
El Aprendizaje Servicio (ApS) es una metodología activa y transformadora que integra el aprendizaje académico con la participación social, promoviendo una formación integral que articula saberes disciplinares, valores ciudadanos y compromiso ético. A través del ApS, los estudiantes desarrollan actividades orientadas a resolver necesidades reales y sentidas de una comunidad, al mismo tiempo que adquieren conocimientos, habilidades y actitudes clave para su desarrollo profesional y humano.
Figura 11 Relación bidireccional entre aprendizaje y servicio
A diferencia de otras estrategias de extensión o voluntariado, el ApS no separa la acción de la reflexión, sino que construye un puente entre la teoría y la práctica, entre el conocimiento académico y la experiencia social. En este sentido, no se trata únicamente de “hacer por hacer”, sino de aprender haciendo con sentido, en diálogo con el territorio, con otros saberes y con los problemas sociales concretos (Leigh et al., 2024).
Esta metodología se fundamenta en principios como la reciprocidad, la colaboración horizontal con actores comunitarios, el protagonismo estudiantil y la reflexión crítica sobre las implicaciones éticas y sociales de la intervención universitaria. Al desarrollar proyectos con impacto real, los estudiantes fortalecen competencias tales como el pensamiento complejo, la responsabilidad social, la empatía, el trabajo interdisciplinario y la capacidad de incidencia transformadora.
El ApS puede implementarse en diversas áreas del conocimiento, desde la salud, el derecho, la ingeniería y la educación, hasta las ciencias sociales o el arte, adaptando sus formas a las características del contexto y al perfil del estudiantado. Además, permite fortalecer el vínculo universidad-sociedad, reafirmando la función social de la educación superior como promotora de justicia, inclusión y desarrollo local sostenible (Assunção da Silva & Ramos, 2024).
Para una implementación efectiva, es fundamental que el diseño de las actividades se realice en colaboración con la comunidad, que exista integración curricular con los objetivos de aprendizaje, y que se propicien espacios de evaluación participativa y reflexión crítica, tanto individual como colectiva.
En definitiva, el Aprendizaje Servicio representa una oportunidad para formar profesionales comprometidos, reflexivos y socialmente responsables, capaces de poner su saber al servicio del bien común y de contribuir activamente a la construcción de una ciudadanía más justa, solidaria y democrática.
La implementación de metodologías activas en la educación superior requiere de ciertas condiciones esenciales:
El profesorado debe ser capacitado no solo en las metodologías activas y el uso de tecnologías educativas, sino también en su adecuación y adaptación a las particularidades de cada disciplina, nivel formativo y contexto sociocultural. La simple transferencia de técnicas innovadoras sin un análisis crítico de su pertinencia puede llevar a una implementación superficial, descontextualizada o incluso contraproducente.
Cada campo del conocimiento posee lógicas epistémicas propias, objetivos de aprendizaje específicos y modos particulares de construir saber. Por tanto, la innovación pedagógica requiere una formación docente situada, reflexiva y multidimensional, que articule el dominio disciplinar con la comprensión didáctica y con una sensibilidad hacia las realidades del estudiantado. Esto implica, además, desarrollar competencias para identificar necesidades formativas, seleccionar estrategias pertinentes, integrar tecnologías de manera crítica y evaluar con criterios coherentes con los fines educativos (Leigh et al., 2024).
Asimismo, el contexto institucional y territorial incide profundamente en la viabilidad de las propuestas innovadoras, por lo que la capacitación docente debe considerar factores como los recursos disponibles, la infraestructura tecnológica, la cultura organizacional, el perfil de los estudiantes y las condiciones socioeconómicas del entorno. Solo desde esta mirada integral, la formación docente puede contribuir efectivamente a una transformación educativa sostenible, equitativa y significativa.
Los programas académicos deben flexibilizarse para permitir la reorganización del tiempo, los contenidos y las formas de evaluación, en coherencia con los desafíos actuales de la educación superior y las demandas de una formación centrada en el estudiante. Esta transformación curricular no implica una simple modificación administrativa, sino un replanteamiento profundo de los marcos temporales, las secuencias de aprendizaje y las lógicas de evaluación, con el fin de favorecer procesos más significativos, integradores y contextualizados.
En cuanto al tiempo, se requiere transitar desde estructuras rígidas y fragmentadas hacia modelos que posibiliten el trabajo por proyectos, el aprendizaje por módulos, la alternancia con espacios prácticos o laborales, y la progresión por competencias. Esta reorganización temporal promueve la autonomía, la autorregulación y la integración de saberes de manera más fluida y personalizada.
En relación con los contenidos, es clave una revisión crítica que priorice aprendizajes relevantes, interdisciplinarios, aplicables y coherentes con los contextos sociales, científicos y profesionales actuales. Ello supone también incorporar temas emergentes, saberes locales, diversidad cultural y enfoques transversales como la sostenibilidad, la ética o la ciudadanía digital (Assunção da Silva & Ramos, 2024).
Respecto a la evaluación, los programas deben abrirse a metodologías más formativas, criteriales y auténticas, que valoren el proceso más allá del producto, y que incluyan múltiples fuentes de evidencia —como rúbricas, portafolios, coevaluación, autoevaluación o estudios de caso—. Esta flexibilidad curricular es condición necesaria para impulsar una educación universitaria más inclusiva, pertinente, y adaptada a los retos del siglo XXI.
El uso de espacios flexibles, plataformas digitales y recursos tecnológicos se ha convertido en un componente clave para la implementación efectiva de muchas estrategias pedagógicas innovadoras en la educación superior. Estos elementos no son meros soportes técnicos, sino mediaciones didácticas que posibilitan nuevas formas de interacción, construcción del conocimiento y gestión del aprendizaje, adaptadas a los contextos cambiantes del siglo XXI.
Los espacios flexibles, tanto físicos como virtuales, promueven la reorganización del aula tradicional hacia entornos más dinámicos, colaborativos y centrados en el estudiante, permitiendo diversas configuraciones para el trabajo en equipo, la indagación, el debate o el aprendizaje activo. Esta flexibilidad espacial responde a la necesidad de romper con modelos unidireccionales y fomentar experiencias educativas más abiertas, inclusivas y participativas.
Las plataformas digitales, por su parte, facilitan el acceso a contenidos, la comunicación asincrónica y sincrónica, el seguimiento personalizado y la evaluación continua. Además, permiten integrar herramientas como foros, videoconferencias, simuladores, laboratorios virtuales o chatbots, enriqueciendo el ecosistema de aprendizaje con múltiples modalidades y ritmos (Kaplan & Haenlein, 2016).
El uso pedagógico de recursos tecnológicos —como la inteligencia artificial, la realidad aumentada, las herramientas de gamificación o los sistemas de analítica de aprendizaje— amplía las posibilidades para diseñar experiencias formativas más interactivas, adaptativas y significativas. No obstante, su eficacia depende de una integración crítica, planificada y contextualizada, que considere tanto los objetivos curriculares como las características del estudiantado y las condiciones institucionales (Assunção da Silva & Ramos, 2024).
En suma, estos componentes no solo acompañan la innovación educativa, sino que la hacen posible, siempre que se articulen con una visión pedagógica transformadora y con políticas institucionales que promuevan su uso ético, inclusivo y sostenible.
La evaluación debe alinearse coherentemente con los principios de las metodologías activas, asumiendo un enfoque centrado en el estudiante, que valore los procesos de aprendizaje más que los productos finales, y que fomente prácticas como la autoevaluación y la coevaluación. Este giro implica dejar atrás modelos exclusivamente sumativos o calificativos para adoptar estrategias que acompañen y retroalimenten el desarrollo progresivo de competencias, habilidades y actitudes en contextos reales y significativos (Leigh et al., 2024).
Desde esta perspectiva, la evaluación se convierte en una herramienta formativa y dialógica, que no solo mide, sino que orienta, motiva y contribuye a la reflexión crítica del propio proceso de aprendizaje. Valorar los procesos implica observar cómo el estudiante construye conocimiento, cómo argumenta, cómo se enfrenta al error, cómo colabora y cómo evoluciona a lo largo del tiempo. En este marco, los instrumentos deben adaptarse a situaciones abiertas, complejas y contextualizadas, propias de las metodologías activas como el aprendizaje basado en proyectos, problemas, retos o estudios de caso.
La autoevaluación promueve la metacognición, el juicio crítico y la autonomía, al permitir que el estudiante reconozca sus fortalezas y áreas de mejora. La coevaluación, en tanto, favorece la colaboración, la empatía y la corresponsabilidad en los procesos formativos, enriqueciendo la experiencia de aprendizaje a través del intercambio entre pares.
En suma, una evaluación coherente con la metodología activa no es un acto final, sino un proceso continuo de diálogo pedagógico, que reconoce la diversidad, respeta los tiempos individuales y valora la participación del estudiante como protagonista de su propio desarrollo (Sgreccia et al., 2024).
Aunque los beneficios de las metodologías activas están bien documentados, su adopción encuentra diversos obstáculos:
En contextos de precariedad o desigualdad digital, la aplicación de algunas estrategias (como el aula invertida o la gamificación digital) puede acentuar brechas existentes. Por ello, es crucial adaptar cada metodología a las condiciones reales del entorno educativo.
Caso 1: Aula invertida en la Universidad Autónoma de Madrid (España)
En la Facultad de Psicología, un equipo docente rediseñó el curso de Psicopatología utilizando el modelo de aula invertida. Los contenidos teóricos se ofrecieron mediante vídeos breves alojados en una plataforma digital, y las sesiones presenciales se centraron en análisis de casos clínicos. Los resultados mostraron un aumento en la participación, mejor comprensión diagnóstica y una mejora del 17 % en los exámenes finales.
Caso 2: ABP en la Universidad Nacional de Rosario (Argentina)
En la carrera de Medicina, se implementó el ABP desde el primer semestre. Los estudiantes organizados en pequeños grupos trabajaban sobre casos clínicos reales, orientados por tutores. El proyecto permitió desarrollar habilidades de razonamiento clínico, trabajo colaborativo y toma de decisiones bajo presión. La experiencia fue luego replicada en Odontología y Enfermería (Touriñán López, 2013).
Caso 3: Aprendizaje Servicio en la Universidad de La Frontera (Chile)
Estudiantes de Ingeniería participaron en un proyecto de electrificación rural en comunidades mapuche. Durante un semestre aplicaron sus conocimientos técnicos en un contexto social real, desarrollando no solo capacidades profesionales, sino también una conciencia crítica sobre el rol de la ingeniería en la equidad territorial. El proyecto fue integrado como parte formal del currículo.
Caso 4: Gamificación en la Universidad del Norte (Colombia)
En la Facultad de Ingeniería Industrial se diseñó una plataforma gamificada para la asignatura de Gestión de Operaciones. Los estudiantes debían resolver retos productivos, acumular puntos y desbloquear niveles mediante simulaciones. La motivación se incrementó, y se observó una mejora en la retención de conceptos.
Las metodologías activas constituyen uno de los principales motores de la innovación docente en la educación superior contemporánea. Su enfoque centrado en el estudiante, su capacidad para conectar teoría y práctica, y su énfasis en el aprendizaje colaborativo, reflexivo y significativo las convierten en herramientas clave para afrontar los desafíos educativos del siglo XXI.
Lejos de ser técnicas uniformes, estas metodologías deben ser comprendidas como marcos dinámicos que requieren adaptación, reflexión y acompañamiento institucional. Su implementación no debe limitarse a acciones esporádicas o aisladas, sino formar parte de una estrategia integral que contemple la formación del profesorado, la revisión curricular, el diseño de ambientes de aprendizaje y la transformación de la cultura educativa (Kaplan & Haenlein, 2016).
Innovar con metodologías activas implica también reconocer los límites y resistencias que surgen en la práctica: la necesidad de vencer la inercia institucional, superar las limitaciones tecnológicas o abordar las desigualdades de acceso. Pero estos desafíos no deben verse como obstáculos insalvables, sino como oportunidades para repensar nuestras formas de enseñar y de aprender.
Al adoptar metodologías activas, la universidad reafirma su compromiso con una educación transformadora, participativa y orientada al desarrollo integral del estudiante. En este sentido, el reto no es solo metodológico, sino político, ético y pedagógico.
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Figura 12 Interacción en el fenómeno educativo
Frente a este escenario, las universidades se enfrentan al desafío —y a la vez a la oportunidad— de integrar las tecnologías emergentes no como simples herramientas auxiliares, sino como componentes estructurales de los nuevos ecosistemas de enseñanza-aprendizaje. Plataformas de gestión del aprendizaje, inteligencia artificial, analítica educativa, realidad aumentada, entornos colaborativos en la nube, redes sociales académicas y laboratorios virtuales son solo algunas de las expresiones de este nuevo entorno digital.
La transformación digital de la educación superior no puede reducirse a un fenómeno exclusivamente tecnológico o instrumental. Se trata, en esencia, de un proceso cultural, pedagógico y epistemológico, que demanda una revisión crítica de los fines educativos, del rol del docente, de la agencia del estudiante, de las formas de interacción en el aula (presencial o virtual), de los modelos curriculares, y de los mecanismos de evaluación del aprendizaje. Es decir, no se trata solo de digitalizar contenidos, sino de repensar el paradigma educativo en su conjunto.
Desde esta perspectiva, la digitalización implica un cambio de mentalidad institucional y pedagógica. El docente ya no es únicamente un transmisor de información, sino un diseñador de experiencias de aprendizaje mediadas tecnológicamente, un facilitador de competencias digitales, un curador de contenidos y un guía para el pensamiento crítico (Touriñán López, 2013).
Por su parte, el estudiante asume un papel activo, autónomo y colaborativo, accediendo a recursos diversos, construyendo saberes con otros, y desarrollando habilidades de autorregulación en entornos complejos y cambiantes.
Asimismo, la transformación digital requiere infraestructura tecnológica adecuada, formación continua del profesorado, modelos de gestión flexibles y una cultura institucional abierta al cambio, capaz de impulsar la innovación sin perder de vista los principios de equidad, inclusión y calidad educativa. Las brechas digitales, la resistencia al cambio y las desigualdades en el acceso a la conectividad son desafíos que deben abordarse con políticas claras y acciones decididas.
En suma, la transformación digital en la educación superior no es un fin en sí mismo, sino un medio para construir experiencias de aprendizaje más significativas, pertinentes y adaptadas a los retos del siglo XXI. Su implementación efectiva no depende únicamente de la disponibilidad de tecnología, sino de la capacidad crítica y creativa de las instituciones para repensarse desde una lógica más colaborativa, abierta e innovadora (Assunção da Silva & Ramos, 2024).
La (IA) está revolucionando el panorama de la educación superior al introducir nuevas formas de personalización, automatización y análisis de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Esta tecnología, que permite a las máquinas simular comportamientos inteligentes como el razonamiento, el aprendizaje, la predicción y la toma de decisiones, está transformando profundamente la forma en que se gestionan, diseñan e implementan las experiencias educativas (Litwin, 2004).
En el ámbito universitario, la IA ofrece soluciones innovadoras que impactan tanto en el aula como en la gestión institucional. Entre sus aplicaciones más relevantes se encuentran:
Estos sistemas inteligentes son capaces de responder preguntas frecuentes, acompañar al estudiante en su proceso formativo y ofrecer apoyo personalizado en tiempo real, constituyéndose en herramientas de gran valor para la mediación pedagógica en entornos digitales. Gracias al procesamiento del lenguaje natural y al aprendizaje automático, estas tecnologías pueden adaptarse al ritmo, estilo y nivel de comprensión del estudiante, brindando explicaciones diferenciadas, recursos complementarios y sugerencias oportunas que favorecen el aprendizaje autónomo.
Además, su disponibilidad constante y su capacidad de respuesta inmediata permiten superar barreras tradicionales como la falta de tiempo docente o la dificultad para atender individualmente a cada estudiante, especialmente en grupos numerosos. De esta forma, se convierten en aliados estratégicos tanto para la retroalimentación continua como para la detección temprana de dificultades de aprendizaje, facilitando intervenciones pedagógicas más eficaces y oportunas.
No obstante, su integración debe realizarse con criterios éticos y pedagógicos claros, evitando la deshumanización de los procesos educativos y reconociendo que la mediación humana sigue siendo insustituible en aspectos como la formación en valores, el juicio crítico y la empatía. En este equilibrio entre inteligencia artificial y acompañamiento docente reside el verdadero potencial de estas herramientas para transformar la educación superior.
Se trata de sistemas inteligentes que adaptan los materiales de aprendizaje según el ritmo, estilo cognitivo y rendimiento del estudiante, permitiendo una personalización profunda de la experiencia educativa. Gracias al uso de algoritmos de aprendizaje automático y al análisis de datos en tiempo real, estas plataformas pueden identificar patrones en el comportamiento del estudiante, predecir posibles dificultades y ajustar dinámicamente los contenidos, las actividades y las formas de retroalimentación.
Esta adaptabilidad favorece no solo la inclusión de estudiantes con distintos estilos de aprendizaje —visuales, auditivos, kinestésicos, entre otros—, sino también la equidad en el acceso al conocimiento, al ofrecer caminos diferenciados que respetan los tiempos individuales sin sacrificar los objetivos curriculares. Asimismo, permite avanzar hacia modelos de enseñanza más flexibles, centrados en el estudiante y orientados a resultados de aprendizaje significativos (Litwin, 2004).
En contextos de educación superior, estas tecnologías abren nuevas posibilidades para el seguimiento continuo, el aprendizaje autorregulado y la toma de decisiones basada en evidencias, fortaleciendo así la calidad y eficacia del proceso formativo. No obstante, su implementación exige una infraestructura robusta, una formación docente específica y un marco ético que garantice la transparencia en el uso de datos y la protección de la privacidad del estudiante.
El uso de tecnologías basadas en analítica de aprendizaje permite identificar patrones de comportamiento académico, predecir riesgos de deserción y diseñar intervenciones tempranas que contribuyan a mejorar el éxito estudiantil. Mediante la recopilación y análisis de datos provenientes de plataformas virtuales, evaluaciones, interacciones en foros, tiempos de conexión y progresos individuales, estos sistemas ofrecen una visión integral y dinámica del proceso formativo de cada estudiante (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
La capacidad de anticiparse a situaciones críticas —como el bajo rendimiento, la inactividad prolongada o la falta de participación— brinda a las instituciones educativas la posibilidad de actuar de manera proactiva, ofreciendo tutorías personalizadas, asesoramiento académico, acompañamiento psicológico o rediseño de rutas de aprendizaje antes de que se produzca el abandono. Este enfoque no solo mejora los índices de retención y graduación, sino que también promueve una cultura institucional más centrada en el cuidado y en el acompañamiento al estudiante (Owoc et al., 2021).
Además, el análisis predictivo fortalece la toma de decisiones basada en evidencias, permitiendo a docentes y gestores ajustar estrategias pedagógicas, rediseñar asignaturas y focalizar recursos de forma más eficiente. Sin embargo, su implementación debe considerar aspectos éticos fundamentales como la transparencia en el uso de datos, el consentimiento informado y la equidad en la interpretación de los resultados, para evitar sesgos o prácticas de exclusión.
Mediante el uso de procesamiento de lenguaje natural (PLN), estas herramientas son capaces de interactuar con los estudiantes en lenguaje humano, comprender sus consultas, brindar respuestas relevantes y retroalimentación automatizada, lo que contribuye a reducir significativamente la carga docente sin sacrificar la calidad del acompañamiento educativo. Esta tecnología permite que los sistemas analicen preguntas abiertas, detecten errores conceptuales, sugieran recursos de apoyo y orienten al estudiante de forma inmediata y contextualizada.
En escenarios de alta demanda —como clases numerosas, entornos virtuales masivos o modalidades híbridas—, el PLN se convierte en un aliado estratégico, al asumir tareas repetitivas o administrativas como la corrección de textos, la generación de comentarios preliminares o la atención a preguntas frecuentes. Esto libera tiempo del docente para centrarse en aspectos más complejos e irremplazables del proceso formativo, como el diseño pedagógico, la orientación ética, el diálogo crítico o el seguimiento personalizado de casos particulares.
No obstante, para que esta automatización sea efectiva y pedagógicamente pertinente, debe estar integrada a un enfoque didáctico claro, sustentada en datos de calidad y diseñada bajo principios de transparencia, inclusión y respeto a la diversidad. En este equilibrio radica la posibilidad de aprovechar el PLN no solo como herramienta técnica, sino como motor de innovación educativa verdaderamente transformadora (Litwin, 2004).
· Asistentes conversacionales (chatbots):
Integrados en plataformas educativas, diseñados para resolver de manera continua y automatizada una amplia gama de dudas administrativas, académicas o técnicas, mejorando la eficiencia institucional y la experiencia estudiantil. Estas herramientas, basadas en inteligencia artificial y procesamiento de lenguaje natural, operan como interfaces amigables que permiten a los estudiantes acceder a información clave —como fechas de matrícula, requisitos de asignaturas, ubicación de recursos o resolución de problemas técnicos— sin depender exclusivamente del personal humano y sin restricciones horarias.
Su disponibilidad 24/7 y capacidad de respuesta inmediata favorecen la autonomía del estudiante, reducen los tiempos de espera y descongestionan los canales de atención tradicionales. En el ámbito académico, algunos chatbots avanzados también pueden orientar sobre el uso de bibliotecas digitales, estrategias de estudio, planificación de tareas y navegación por entornos virtuales de aprendizaje (EVA), actuando como tutores virtuales básicos.
Además, cuando están bien entrenados y vinculados a bases de datos institucionales actualizadas, estos asistentes contribuyen a una mayor personalización y accesibilidad, especialmente para estudiantes de primer ingreso, en riesgo de deserción o con dificultades de adaptación al entorno universitario digital. Sin embargo, su implementación efectiva exige un diseño pedagógico cuidadoso, mantenimiento continuo, evaluación de calidad en las respuestas y un enfoque ético centrado en la protección de datos y la transparencia comunicativa (Touriñán López, 2013).
Como resúmenes, evaluaciones adaptativas o simulaciones personalizadas, mediante inteligencia artificial y algoritmos de aprendizaje automático, que permiten ofrecer experiencias de aprendizaje más dinámicas, personalizadas y eficientes. Estas tecnologías pueden procesar grandes volúmenes de información académica y generar materiales didácticos relevantes en función de los objetivos pedagógicos, el nivel del estudiante y su historial de desempeño.
Por ejemplo, los sistemas de generación automática de resúmenes permiten condensar textos extensos en versiones comprensibles y focalizadas, facilitando el acceso a los conceptos clave y mejorando la comprensión lectora. En el caso de las evaluaciones adaptativas, los algoritmos ajustan el nivel de dificultad y el tipo de preguntas según las respuestas del estudiante, brindando una medición más precisa de sus competencias y favoreciendo la autorregulación del aprendizaje.
Asimismo, las simulaciones personalizadas ofrecen entornos interactivos contextualizados, que reproducen situaciones reales de manera inmersiva y ajustada a las necesidades de formación profesional —por ejemplo, en áreas como medicina, ingeniería, contabilidad o ciencias sociales—. Este tipo de contenido no solo mejora la motivación y el compromiso estudiantil, sino que también potencia el aprendizaje experiencial y la transferencia de conocimientos a contextos prácticos.
No obstante, su implementación requiere un enfoque didáctico bien articulado, supervisión docente constante y criterios éticos claros que aseguren la calidad, pertinencia y equidad en el acceso a los recursos generados (Ruiz-Galende et al., 2021).
Figura 13 Soluciones de Inteligencia Artificial
Una de las mayores fortalezas de la IA es su capacidad para personalizar el aprendizaje a gran escala, promoviendo la equidad y la inclusión mediante itinerarios formativos flexibles y adaptativos. Al analizar datos de desempeño y comportamiento, estos sistemas pueden ofrecer retroalimentación inmediata y precisa, favoreciendo la autonomía y la autorregulación del estudiante.
Sin embargo, la incorporación de la IA en la educación superior no está exenta de desafíos. Se plantean cuestiones éticas relacionadas con la privacidad de los datos, la transparencia de los algoritmos, la deshumanización de la enseñanza, y la posible sustitución del trabajo docente por sistemas automatizados. Por ello, es crucial abordar el uso de la IA desde una perspectiva crítica, pedagógica y humanista, que ponga la tecnología al servicio del desarrollo integral del estudiante y no al revés.
Además, es imprescindible formar a los docentes en competencias digitales avanzadas que les permitan comprender, utilizar y co-diseñar soluciones basadas en IA de manera consciente y estratégica. La alfabetización en inteligencia artificial debe también ser parte del currículum universitario, no solo en carreras tecnológicas, sino como parte de la formación ciudadana y profesional en un mundo profundamente transformado por algoritmos (Litwin, 2004).
La IA ofrece múltiples posibilidades en educación, desde asistentes virtuales para el aprendizaje hasta sistemas de tutoría inteligente. Entre sus aplicaciones destacan:
No obstante, su uso también plantea dilemas éticos relacionados con la privacidad de datos, la transparencia de los algoritmos y el papel del juicio humano en la evaluación y la tutoría (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
En conclusión, la Inteligencia Artificial representa una de las tecnologías con mayor potencial disruptivo en la educación superior. Si se integra con sentido pedagógico, principios éticos y visión institucional, puede potenciar la calidad, la inclusión, la eficiencia y la pertinencia de los procesos educativos, contribuyendo al desarrollo de universidades más inteligentes, humanas y adaptativas.
En el marco de la transformación digital de la educación superior, la Realidad Aumentada (RA) y la Realidad Virtual (RV) han emergido como tecnologías clave para el desarrollo de entornos de aprendizaje inmersivos, interactivos y profundamente significativos. Ambas herramientas permiten trascender las limitaciones físicas del aula tradicional para ofrecer experiencias educativas más dinámicas, prácticas y centradas en el estudiante (Ruiz-Galende et al., 2021).
La Realidad Aumentada (RA) consiste en la superposición de información digital (como imágenes, textos o modelos 3D) sobre el entorno físico real, utilizando dispositivos como tablets, smartphones o lentes especiales. Esta tecnología enriquece la percepción del mundo real con datos adicionales que favorecen la comprensión, la visualización de conceptos complejos y la contextualización del contenido.
Por su parte, la Realidad Virtual (RV) sumerge al estudiante en entornos completamente simulados, generados por ordenador, que pueden recrear situaciones, escenarios o procesos en 360 grados. Con el uso de visores VR, guantes hápticos o simuladores, se posibilita una experiencia inmersiva total, ideal para el entrenamiento práctico en áreas donde el aprendizaje implica riesgo, precisión o alto costo operativo.
Estas tecnologías tienen un alto potencial de aplicación en disciplinas prácticas y profesionales, entre ellas:
· Medicina: simulación de cirugías, exploración anatómica tridimensional, entrenamiento en urgencias o evaluación diagnóstica.
· Ingeniería: modelado de estructuras, simulación de procesos mecánicos, visualización de flujos energéticos o diseños CAD.
· Arquitectura y urbanismo: recorridos virtuales por edificaciones, evaluación de diseño en tiempo real, análisis de impacto visual.
· Artes y diseño: creación de entornos virtuales interactivos, experimentación con instalación multimedia, escultura digital o performance en RA.
· Educación y ciencias sociales: recreación de contextos históricos, visitas a museos virtuales, inmersión en entornos culturales o simulaciones sociológicas.
Más allá de su impacto visual y técnico, la RA y la RV tienen el potencial de transformar la experiencia educativa al favorecer el aprendizaje activo, el descubrimiento, la resolución de problemas, la experimentación segura y el compromiso emocional con los contenidos. Estas tecnologías pueden estimular múltiples canales de aprendizaje, facilitando la atención, la retención y la comprensión profunda (Sgreccia et al., 2024).
No obstante, su implementación requiere superar barreras como el costo de los dispositivos, la capacitación docente, el acceso equitativo a la tecnología, y la integración curricular efectiva. Es fundamental que su uso esté orientado por principios pedagógicos claros, evitando caer en la fascinación tecnológica sin una planificación didáctica adecuada.
En síntesis, la RA y la RV representan una nueva frontera en la innovación educativa, donde el aprendizaje ya no es solo transmisivo, sino vivencial, exploratorio y participativo, capaz de involucrar al estudiante de forma integral y potenciar sus competencias en entornos cada vez más digitalizados e interdependientes.
Estas tecnologías inmersivas permiten recrear entornos simulados para la enseñanza práctica en disciplinas como medicina, ingeniería, arquitectura o artes. Algunas aplicaciones destacadas incluyen:
Estas experiencias, si están bien diseñadas, aumentan la motivación y favorecen la comprensión espacial, la exploración autónoma y la interacción multisensorial.
La Analítica del Aprendizaje (Learning Analytics) es una disciplina emergente que consiste en la recopilación, medición, análisis e interpretación de datos sobre los estudiantes y sus contextos, con el objetivo de comprender y optimizar el aprendizaje y los entornos en los que ocurre. A través del uso de datos generados por plataformas educativas digitales, la analítica del aprendizaje permite a instituciones, docentes y estudiantes tomar decisiones informadas y personalizadas.
En el entorno de la educación superior, la analítica del aprendizaje se ha consolidado como una herramienta clave para:
La analítica del aprendizaje se apoya en herramientas como dashboards, visualización de datos, modelos predictivos, minería de datos educativos, inteligencia artificial y algoritmos de aprendizaje automático. Estos recursos no solo permiten observar lo que sucede en el aula digital, sino también anticipar y mejorar las condiciones del aprendizaje, promoviendo una gestión más inteligente y sensible de los procesos formativos.
Sin embargo, su implementación requiere una cultura institucional orientada a la mejora continua, así como la formación del profesorado en el uso ético, pedagógico y técnico de los datos. No se trata únicamente de acumular información, sino de interpretarla críticamente para transformar prácticas educativas en beneficio del aprendizaje (Touriñán López, 2013).
También es fundamental atender a aspectos clave como la privacidad, la protección de datos personales, la transparencia algorítmica y el consentimiento informado, para evitar que el uso de analítica educativa se convierta en una forma de vigilancia o control excesivo. El respeto por la autonomía del estudiante y la confidencialidad de sus procesos debe ser un principio rector en cualquier implementación.
En definitiva, la analítica del aprendizaje ofrece una oportunidad única para enriquecer la docencia universitaria, mejorar la toma de decisiones académicas y fomentar una cultura de calidad basada en la evidencia. Si se integra con una visión pedagógica crítica, puede convertirse en un poderoso aliado para construir entornos de aprendizaje más inclusivos, equitativos y eficaces.
Los LMS (Learning Management Systems) como Moodle, Canvas o Blackboard se han convertido en infraestructuras centrales para la docencia universitaria. Estas plataformas permiten organizar contenidos, gestionar actividades, monitorear la participación y diversificar las formas de evaluación.
La pandemia de COVID-19 aceleró su uso masivo, pero también puso en evidencia la necesidad de diseñar experiencias de aprendizaje auténticas, evitando simplemente replicar la clase magistral en línea. La calidad del aprendizaje digital depende más del diseño pedagógico que de la herramienta en sí.
La innovación digital en la educación superior no se limita al uso de tecnologías para transmitir contenidos, sino que también abarca la incorporación de herramientas que potencian la interacción, la participación y la construcción colectiva del conocimiento. En este sentido, las herramientas de colaboración en línea se han convertido en pilares fundamentales para promover una pedagogía más participativa, dinámica y centrada en el estudiante (Litwin, 2004).
Estas herramientas permiten la interacción sincrónica y asincrónica entre docentes y estudiantes, facilitando el trabajo en equipo, la resolución de problemas conjuntos, el intercambio de ideas, y la creación de productos colaborativos. Algunas de las más utilizadas incluyen:
Estas herramientas favorecen el aprendizaje colaborativo, entendido como un proceso en el que los estudiantes no solo comparten información, sino que co-construyen el conocimiento, asumen responsabilidades compartidas y desarrollan habilidades sociales y cognitivas esenciales para el trabajo en red.
Además, estimulan competencias fundamentales como la comunicación digital efectiva, la coordinación distribuida, la gestión del tiempo y el uso ético de la información. Estas competencias son particularmente valiosas en contextos universitarios donde se promueve la autonomía, la investigación y la formación integral de los futuros profesionales.
Desde una perspectiva inclusiva, estas herramientas también amplían las posibilidades de participación, permitiendo que estudiantes con distintas condiciones de acceso, horarios o ubicaciones geográficas puedan integrarse activamente al proceso educativo. Esto es especialmente relevante en modalidades híbridas, virtuales o en situaciones de educación flexible (Ruiz-Galende et al., 2021).
No obstante, su incorporación efectiva exige un acompañamiento pedagógico, la capacitación del profesorado en metodologías activas y un diseño didáctico intencionado que oriente el uso de estas herramientas más allá de lo funcional o instrumental.
En definitiva, las herramientas de colaboración en línea transforman el aula en un espacio extendido, digital y compartido, donde aprender ya no significa solo escuchar, sino dialogar, construir, crear y transformar el conocimiento junto a otros.
En el contexto de la expansión acelerada de las tecnologías emergentes en la educación superior, resulta imprescindible superar el entusiasmo tecnologicista y utilitarista, que muchas veces reduce la innovación a la simple incorporación de herramientas digitales sin una reflexión profunda sobre sus fines, implicaciones y consecuencias. Frente a esta tendencia, se plantea la necesidad de avanzar hacia una pedagogía digital crítica, capaz de interrogar no solo qué tecnologías se utilizan, sino cómo, para qué y con qué valores educativos (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
Una pedagogía digital crítica implica asumir que la tecnología no es neutra: su diseño, implementación y uso están condicionados por intereses económicos, ideológicos, culturales y sociales. En este sentido, los entornos digitales deben ser analizados no solo como medios técnicos, sino como espacios de poder, representación y exclusión, donde se reproducen o desafían determinadas formas de conocimiento, relación y subjetividad (Litwin, 2004).
Este enfoque demanda repensar los modelos pedagógicos, los roles tradicionales de docentes y estudiantes, así como los criterios de calidad, éxito y evaluación que predominan en los sistemas educativos. La centralidad debe desplazarse de la herramienta hacia el proceso formativo integral, donde la tecnología sea un medio para fortalecer el pensamiento crítico, la participación, la justicia social y la inclusión.
Una pedagogía digital crítica implica, entre otros aspectos fundamentales:
Esta perspectiva no niega los aportes de la tecnología, sino que los reorienta desde un enfoque humanista, ético y situado, que reconoce el derecho de estudiantes y docentes a construir significados, resistencias y posibilidades desde sus realidades concretas.
El verdadero desafío no es "digitalizar la educación", sino educar en, desde y para una cultura digital con conciencia crítica, que forme sujetos capaces de habitar el mundo digital con creatividad, autonomía, responsabilidad y compromiso social. Solo así será posible que la innovación tecnológica contribuya realmente a la emancipación y democratización del conocimiento, y no a la reproducción de nuevas formas de exclusión o dependencia.
Figura 14 Puntos clave de la Pedagogía Critica
La integración efectiva de tecnología en la enseñanza requiere docentes con competencias digitales integrales, no solo técnicas.
Estas incluyen:
Numerosas universidades han comenzado a ofrecer programas de formación docente en competencias digitales, pero aún queda camino por recorrer para garantizar una integración profunda y reflexiva (Ruiz-Galende et al., 2021).
La transformación digital en América Latina se despliega en un escenario marcado por profundas desigualdades estructurales que afectan directamente la implementación equitativa y sostenible de tecnologías digitales en los sistemas educativos. Aunque en la última década se han promovido diversas políticas de inclusión digital y se han incrementado las inversiones en infraestructura tecnológica, las brechas persisten en múltiples dimensiones: acceso, conectividad, alfabetización digital, formación docente y desarrollo de contenidos contextualizados (Saço et al., 2024).
Uno de los principales desafíos radica en la brecha digital entre zonas urbanas y rurales, que reproduce y amplifica las desigualdades socioeconómicas preexistentes. Muchas instituciones educativas carecen de conectividad adecuada, equipamiento funcional o incluso energía eléctrica estable, lo cual limita las posibilidades de integrar tecnologías digitales de forma significativa. Además, existe una marcada diferencia en la capacitación del personal docente, lo que dificulta el uso pedagógico de herramientas digitales y perpetúa prácticas tradicionales que no dialogan con las nuevas dinámicas de enseñanza-aprendizaje.
Asimismo, la digitalización plantea retos en términos de soberanía tecnológica y dependencia de plataformas globales, que no siempre responden a las necesidades, lenguas o culturas locales. La escasa producción de contenidos digitales propios, junto con la débil articulación entre políticas educativas y de innovación tecnológica, evidencia la necesidad de fortalecer capacidades locales para el desarrollo de soluciones digitales sostenibles, inclusivas y culturalmente pertinentes.
Por otro lado, la educación digital también enfrenta riesgos vinculados a la vigilancia algorítmica, la protección de datos personales y la ciberseguridad, especialmente en países con marcos regulatorios débiles o desactualizados. En este contexto, la transformación digital no puede entenderse como una mera adopción tecnológica, sino como un proceso complejo que requiere una mirada crítica, una planificación estratégica y un compromiso con la equidad, la justicia social y la soberanía educativa en el contexto latinoamericano (Ruiz-Galende et al., 2021).
Algunos desafíos persistentes son:
A pesar del avance en políticas de digitalización educativa en América Latina y otras regiones del Sur Global, las brechas tecnológicas persisten como uno de los principales obstáculos para la implementación efectiva de metodologías innovadoras y entornos virtuales de aprendizaje. En muchas instituciones, especialmente aquellas ubicadas en zonas rurales, comunidades indígenas o regiones periféricas, el acceso a infraestructura básica —como laboratorios tecnológicos, redes de datos, energía eléctrica estable o dispositivos personales— continúa siendo limitado o desigual.
Estas carencias se ven agravadas por la escasa cobertura de internet de banda ancha, la intermitencia del servicio o los altos costos de conectividad, que afectan tanto a estudiantes como a docentes. Esta situación no solo restringe la participación plena en experiencias de aprendizaje mediadas por tecnología, sino que también impide el uso continuo de plataformas educativas, bibliotecas digitales, evaluaciones virtuales, simulaciones, entornos gamificados o inteligencia artificial aplicada a la enseñanza (Touriñán López, 2013).
Además, estas limitaciones generan efectos colaterales en términos de equidad, bienestar y calidad educativa. Estudiantes con mayores niveles de vulnerabilidad social o geográfica experimentan mayores obstáculos para desarrollar competencias digitales, acceder a recursos actualizados o beneficiarse de estrategias de personalización del aprendizaje. Del mismo modo, los docentes enfrentan serias dificultades para innovar cuando no cuentan con condiciones materiales básicas, acompañamiento técnico ni formación pertinente.
Por tanto, reducir estas brechas de infraestructura y conectividad es una condición indispensable para democratizar el acceso a prácticas educativas innovadoras, garantizar la equidad en la evaluación, y avanzar hacia una educación superior más inclusiva, resiliente y adaptada a los desafíos del siglo XXI (Chao-Rebolledo & Rivera-Navarro, 2024).
La falta de formación continua en pedagogía digital representa un desafío significativo para la innovación educativa en América Latina. A pesar de los avances tecnológicos, muchos docentes carecen de las competencias necesarias para integrar eficazmente las tecnologías en sus prácticas pedagógicas. Esto se debe, en parte, a la ausencia de programas de formación sistemáticos y actualizados que aborden tanto los aspectos técnicos como los pedagógicos del uso de las TIC en la enseñanza (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
Según un estudio reciente, más del 93% de los docentes en la región tienen conceptos erróneos o creen en mitos sobre cómo aprenden los estudiantes, y menos del 2% puede explicar las habilidades cognitivas necesarias para el aprendizaje efectivo. Esta desconexión entre la práctica docente y la ciencia del aprendizaje limita la capacidad de los educadores para utilizar herramientas digitales de manera que realmente beneficien el proceso educativo (Saço et al., 2024).
Además, la formación docente en competencias digitales varía considerablemente entre países y, en muchos casos, no se alinea con los estándares internacionales establecidos por organismos como la UNESCO. Esta falta de estandarización y actualización en la formación contribuye a una implementación desigual y, a menudo, ineficaz de las tecnologías en el aula.
Para superar estos desafíos, es crucial desarrollar políticas públicas que promuevan la formación continua de los docentes en pedagogía digital, asegurando que esta formación sea accesible, relevante y alineada con las necesidades del siglo XXI. Esto incluye no solo la capacitación técnica, sino también el desarrollo de competencias pedagógicas que permitan a los docentes utilizar la tecnología de manera crítica y efectiva para mejorar el aprendizaje de los estudiantes.
A pesar de avances puntuales, la inversión pública en tecnología educativa en América Latina y el Caribe ha sido históricamente insuficiente y fragmentada, lo que limita la transformación digital de los sistemas educativos. Aunque se han implementado iniciativas como la entrega de dispositivos y la mejora de la conectividad, muchas de estas carecen de continuidad y no se integran en estrategias pedagógicas coherentes, lo que impide su sostenibilidad y escalabilidad.
En Ecuador, por ejemplo, se han realizado esfuerzos significativos para modernizar el sistema educativo. En marzo de 2025, el gobierno anunció una inversión de USD 92.5 millones, financiados por el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), destinada a equipar tecnológicamente a más de 3.400 instituciones educativas en zonas rurales y proporcionar computadoras a 10.000 docentes. Además, se planea reactivar más de 2.000 laboratorios de computación hasta 2026.
Sin embargo, estos esfuerzos, aunque significativos, deben enmarcarse en una política pública de largo plazo que garantice no solo la adquisición de tecnología, sino también su integración efectiva en los procesos de enseñanza y aprendizaje. La falta de inversión sostenida en formación docente, desarrollo de contenidos digitales y mantenimiento de infraestructuras tecnológicas continúa siendo un obstáculo para la consolidación de una educación digital inclusiva y de calidad.
Para superar estos desafíos, es crucial que los gobiernos establezcan políticas educativas que prioricen la inversión continua en tecnología educativa, asegurando su alineación con los objetivos pedagógicos y las necesidades del contexto local. Solo mediante un compromiso sostenido y estratégico se podrá cerrar la brecha digital y aprovechar plenamente el potencial de la tecnología para mejorar la equidad y la calidad educativa en la región.
Uno de los desafíos estructurales que enfrenta la transformación digital en la educación superior de América Latina es la alta dependencia de plataformas tecnológicas extranjeras para gestionar contenidos, evaluar aprendizajes, almacenar datos y facilitar la comunicación educativa. Herramientas como Google Workspace for Education, Microsoft Teams, Zoom, Moodle (aunque es de código abierto, su soporte comercial a menudo es externalizado) o incluso sistemas de inteligencia artificial como ChatGPT, dominan el ecosistema digital educativo sin que existan alternativas regionales suficientemente consolidadas.
Esta situación plantea varios riesgos. En primer lugar, limita la soberanía tecnológica, ya que los países e instituciones dependen de decisiones, actualizaciones y políticas de privacidad definidas fuera de sus marcos jurídicos y sin posibilidad de control local. Esto puede generar problemas de seguridad digital, vulneración de datos personales, restricciones en la accesibilidad y una creciente desigualdad en la capacidad de negociación tecnológica.
Además, la ausencia de soluciones desarrolladas localmente limita la contextualización pedagógica, cultural y lingüística de las herramientas digitales utilizadas, afectando la pertinencia de los recursos disponibles para docentes y estudiantes de comunidades diversas. También debilita las capacidades nacionales de innovación tecnológica, investigación aplicada y formación de talento humano en el ámbito del software educativo.
Superar esta dependencia implica fomentar el desarrollo de plataformas regionales de código abierto, promover la interoperabilidad entre sistemas, y establecer marcos normativos que protejan los datos y garanticen la soberanía digital. Asimismo, es clave invertir en alianzas entre universidades, centros de investigación y gobiernos para crear infraestructuras tecnológicas soberanas, sostenibles y adaptadas a las realidades locales.
Frente a este escenario, se vuelve urgente y estratégico el desarrollo de políticas públicas e institucionales que garanticen no solo el acceso equitativo a las tecnologías digitales, sino también una capacitación docente pertinente y la generación de conocimiento propio sobre la relación entre tecnología y educación. La transformación digital no puede ser entendida únicamente como un proceso de dotación de equipos o conectividad, sino como una apuesta integral por la justicia educativa, la soberanía tecnológica y la innovación pedagógica situada (Chao-Rebolledo & Rivera-Navarro, 2024).
En primer lugar, el acceso debe contemplar dimensiones materiales, cognitivas y culturales, garantizando que todos los actores del sistema educativo —y en especial los más vulnerables— puedan usar la tecnología de forma significativa y transformadora. Esto implica inversiones sostenidas en infraestructura, pero también en accesibilidad, diseño universal y lenguas indígenas o locales.
En segundo lugar, la formación docente debe ser continua, contextualizada, centrada en el uso pedagógico crítico de la tecnología, y no solo en su manejo técnico. Es fundamental que los y las docentes desarrollen competencias digitales integrales, pero también capacidades para analizar éticamente el uso de las herramientas, adaptar estrategias a distintas realidades y acompañar procesos de aprendizaje mediados por TIC con una mirada humanizadora (Saço et al., 2024).
Finalmente, es necesario fomentar la producción de conocimiento educativo-tecnológico desde los territorios, con apoyo a la investigación aplicada, la creación de plataformas propias, y la participación de universidades, centros de innovación, comunidades y gobiernos. Solo así será posible construir modelos educativos digitales más democráticos, sostenibles y culturalmente pertinentes, que respondan a los desafíos reales de nuestras sociedades y no a lógicas importadas o mercantilizadas (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
La digitalización del aprendizaje universitario y la incorporación de tecnologías emergentes están redefiniendo los procesos educativos en sus dimensiones más profundas: no solo en lo metodológico, sino en lo epistemológico, ético y organizativo. Lejos de ser simples herramientas al servicio de la enseñanza tradicional, las tecnologías digitales abren la posibilidad de imaginar nuevas formas de aprender, enseñar y construir conocimiento, en red, de manera colaborativa, flexible y contextualizada.
Este capítulo ha expuesto las principales tendencias tecnológicas en la educación superior, así como sus aplicaciones, beneficios y desafíos. Se ha destacado la necesidad de un enfoque pedagógico crítico que oriente el uso de la tecnología hacia fines educativos, éticos y transformadores. No toda tecnología es innovadora, ni toda innovación es positiva por sí misma; su valor depende de cómo y para qué se utilice.
El reto de la universidad contemporánea es incorporar las tecnologías sin perder de vista su misión formativa, crítica y humanizadora. Ello implica construir capacidades docentes, garantizar el acceso equitativo, respetar la autonomía académica y promover una ciudadanía digital responsable. En los siguientes capítulos se abordarán otros elementos clave de la innovación educativa, como las nuevas formas de evaluación del aprendizaje y la sistematización de experiencias transformadoras que marcan nuevos rumbos para la educación superior del futuro.
La evaluación del aprendizaje ha ocupado históricamente un lugar central en los sistemas educativos, aunque con una orientación frecuentemente reduccionista. Tradicionalmente concebida como un instrumento de control, enfocada en la medición de resultados cuantificables y la asignación de calificaciones, la evaluación ha servido más como una herramienta administrativa que como una estrategia de acompañamiento al proceso formativo (Leigh et al., 2024).
Esta visión ha contribuido a establecer prácticas punitivas, estandarizadas y descontextualizadas, centradas en los productos y no en los procesos, en la respuesta correcta más que en el pensamiento complejo.
Sin embargo, en el marco de una educación superior comprometida con la formación integral, inclusiva, crítica y transformadora, resulta imprescindible replantear profundamente el sentido, el propósito y las prácticas evaluativas. La innovación pedagógica no puede limitarse a metodologías activas o tecnologías digitales; también debe alcanzar el modo en que se valora y se reconoce el aprendizaje. Evaluar, en este nuevo paradigma, no es únicamente medir: es comprender, retroalimentar y potenciar el desarrollo de cada estudiante (Touriñán López, 2013).
Una evaluación verdaderamente innovadora no solo constata lo aprendido, sino que activa, orienta y transforma el aprendizaje. Se convierte en un proceso dinámico y continuo que acompaña al estudiante en su recorrido formativo, generando espacios para la reflexión, la autoevaluación, la coevaluación y la metacognición. En lugar de representar un juicio final, la evaluación se transforma en un acto pedagógico que informa tanto a quien aprende como a quien enseña, sobre los avances, obstáculos y posibilidades de mejora (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
Este cambio de paradigma implica migrar desde la evaluación como acto terminal hacia la evaluación como proceso, entendido como una práctica formativa, participativa, situada y ética. Evaluar no solo debe servir para certificar, sino para dialogar con el estudiante, comprender sus trayectorias, valorar sus esfuerzos, interpretar sus errores como oportunidades de aprendizaje, y reconocer su agencia en la construcción del conocimiento (Ruiz-Galende et al., 2021).
Además, una evaluación transformadora debe considerar la diversidad de estilos, contextos y ritmos de aprendizaje, proponiendo criterios claros, instrumentos inclusivos, y evidencias variadas que reflejen el desarrollo de competencias complejas y transversales, tales como el pensamiento crítico, la creatividad, la colaboración, la comunicación efectiva y la responsabilidad social.
Finalmente, repensar la evaluación en clave pedagógica también supone un compromiso institucional, que involucre al diseño curricular, la cultura académica y la política educativa. Se trata de avanzar hacia un enfoque donde evaluar no sea solo cumplir con un requisito, sino un acto de responsabilidad educativa, capaz de humanizar el proceso formativo, empoderar al estudiante y contribuir a la calidad integral de la educación superior (Saço et al., 2024).
La evaluación formativa se concibe como un proceso continuo y dialógico, en el que se brinda retroalimentación constante al estudiante para que comprenda sus avances, dificultades y posibles mejoras. Se opone a la lógica de “examinar para sancionar” y promueve la autoevaluación, la metacognición y la autonomía.
La evaluación auténtica, por su parte, busca que los estudiantes demuestren su aprendizaje en situaciones reales o simuladas, conectadas con su entorno profesional y social. En lugar de exámenes estandarizados, se priorizan tareas significativas como proyectos, estudios de caso, debates, portafolios o intervenciones comunitarias (Ruiz-Galende et al., 2021).
Ambas propuestas —formativa y auténtica— son pilares de una evaluación innovadora porque permiten evaluar para aprender, no solo aprender para ser evaluado.
Figura 15 Características
de la Evaluación Formativa
La innovación evaluativa no solo implica una transformación conceptual y ética de las prácticas tradicionales, sino que también se manifiesta en la diversificación de instrumentos y estrategias que respondan con pertinencia al tipo de competencia que se desea evaluar. Superar el reduccionismo de las pruebas escritas estandarizadas supone reconocer que no todos los aprendizajes pueden captarse con los mismos métodos ni en los mismos formatos. En un enfoque por competencias, la evaluación debe adaptarse a la naturaleza del saber en juego: no se evalúa igual una habilidad de pensamiento crítico que una competencia comunicativa, una destreza técnica o una actitud ética.
Desde esta perspectiva, la selección de instrumentos debe ser deliberada, contextualizada y coherente con los objetivos formativos, incorporando métodos como estudios de caso, rúbricas analíticas, portafolios reflexivos, mapas conceptuales, simulaciones, prácticas situadas, diarios de aprendizaje, entre otros. Estos instrumentos permiten captar evidencias más ricas, integrales y auténticas del desempeño del estudiante, favoreciendo no solo la medición, sino también la comprensión del proceso de aprendizaje (Chao-Rebolledo & Rivera-Navarro, 2024).
Además, la innovación evaluativa implica también repensar los momentos y los actores de la evaluación, promoviendo espacios de autoevaluación y coevaluación que potencien la autorregulación, la metacognición y la corresponsabilidad. De este modo, evaluar deja de ser una tarea exclusiva del docente para convertirse en una experiencia compartida y formativa, donde el estudiante se convierte en protagonista de su propio aprendizaje (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
Algunos de los más utilizados en la educación superior actual son:
Las matrices de evaluación con criterios explícitos —conocidas comúnmente como rúbricas— son instrumentos fundamentales en el marco de una evaluación formativa, auténtica y centrada en el estudiante. Estas herramientas describen con claridad los niveles de desempeño esperados en relación con criterios previamente definidos, permitiendo valorar de forma sistemática y transparente productos como trabajos escritos, exposiciones orales, proyectos colaborativos, portafolios, actividades prácticas, entre otros.
Al detallar los indicadores de logro y los grados de calidad de cada criterio, las rúbricas fomentan la equidad y la transparencia en la evaluación, reduciendo la subjetividad del juicio docente y asegurando que todos los estudiantes comprendan desde el inicio qué se espera de ellos. Esto permite no solo una valoración justa y coherente, sino también una retroalimentación específica que orienta la mejora continua.
Además, estas matrices promueven el desarrollo de la autonomía y el autocontrol del estudiante sobre su propio proceso de aprendizaje, ya que actúan como guías claras para planificar, autoevaluar y revisar sus producciones antes de entregarlas. Así, se transforman en herramientas pedagógicas poderosas que no solo evalúan, sino que también enseñan (Sgreccia et al., 2024).
Su uso, sin embargo, requiere una cuidadosa construcción y contextualización, en diálogo con los objetivos de aprendizaje, el nivel formativo y la naturaleza de la actividad evaluada. Cuando se diseñan e implementan colaborativamente entre docentes y estudiantes, las rúbricas no solo refuerzan el compromiso y la responsabilidad compartida, sino que también fortalecen la cultura de la evaluación como proceso dialógico, formativo y participativo (Ruiz-Galende et al., 2021).
Son herramientas pedagógicas que consisten en la recopilación estructurada y reflexiva de evidencias del aprendizaje del estudiante a lo largo de un curso, módulo o programa académico. No se limitan a almacenar productos finales, sino que integran diferentes tipos de documentos —trabajos escritos, proyectos, registros multimedia, autoevaluaciones, bitácoras, entre otros— acompañados de reflexiones críticas que permiten al estudiante narrar y argumentar su propio proceso de aprendizaje (Saço et al., 2024).
El valor pedagógico del portafolio digital radica en su capacidad para evidenciar el desarrollo progresivo de competencias, habilidades y actitudes, desde una perspectiva longitudinal e integral. A diferencia de evaluaciones puntuales, este instrumento permite al docente observar la evolución del pensamiento del estudiante, su capacidad de mejora, su toma de decisiones, y su apropiación de saberes en contextos diversos.
Además, el uso de plataformas digitales para su creación y gestión aporta flexibilidad, accesibilidad y posibilidades de personalización, permitiendo integrar múltiples formatos (textos, audios, videos, hipervínculos, gráficos interactivos) que enriquecen la expresión del aprendizaje (Saço et al., 2024).
Desde una perspectiva formativa, los portafolios digitales fomentan la autorregulación, el pensamiento metacognitivo y la responsabilidad del estudiante sobre su trayectoria formativa. También son útiles para promover procesos de autoevaluación, coevaluación y retroalimentación continua, fortaleciendo el diálogo entre docentes y estudiantes (Sgreccia et al., 2024).
Finalmente, cuando son bien diseñados e integrados en la planificación curricular, los portafolios pueden ser una valiosa herramienta para la acreditación de aprendizajes, la empleabilidad y la rendición de cuentas institucional, conectando el mundo académico con los desafíos profesionales y sociales del entorno.
· Evaluación entre pares (coevaluación):
Es una estrategia de evaluación formativa en la que los estudiantes valoran el trabajo de sus compañeros/as en función de criterios previamente establecidos y comprendidos por el grupo. Esta práctica va más allá de emitir un juicio numérico, ya que implica observar, analizar y emitir valoraciones argumentadas sobre el desempeño de otros, lo que potencia tanto la comprensión de los criterios de calidad como el desarrollo de habilidades críticas y comunicativas.
Al participar activamente en procesos de coevaluación, el estudiantado asume un rol corresponsable en la construcción del aprendizaje colectivo, lo cual fomenta una cultura de colaboración, respeto y mejora continua. Esta estrategia fortalece la responsabilidad compartida, la empatía académica y la capacidad de justificar opiniones con base en evidencias, elementos clave para el desarrollo del pensamiento crítico y la madurez académica (Ruiz-Galende et al., 2021).
Cuando se aplica de forma estructurada, con apoyo en rúbricas claras, guías de observación o escalas de valoración, la coevaluación no solo favorece la participación y consciente del estudiante en el proceso evaluativo, sino que también mejora la calidad de las producciones y promueve el aprendizaje entre pares. Además, permite al docente obtener una visión más completa del proceso grupal e individual, enriqueciendo su propia evaluación.
· Autoevaluación crítica:
Es un proceso reflexivo mediante el cual el estudiante analiza su propio desempeño académico a partir de criterios claros y previamente definidos, identificando logros, debilidades y oportunidades de mejora. A diferencia de la simple autoatribución de una calificación, la autoevaluación crítica implica una toma de conciencia profunda del propio proceso de aprendizaje, fomentando la capacidad de autorregulación y el pensamiento metacognitivo.
Este tipo de evaluación fortalece la autonomía del estudiante, al situarlo como sujeto activo y corresponsable de su formación, capaz de tomar decisiones informadas sobre sus estrategias de estudio, gestión del tiempo, compromiso con las tareas y participación en actividades formativas. Asimismo, estimula habilidades clave como la honestidad académica, la autoexigencia, la capacidad de autoanálisis y la disposición al cambio (Saço et al., 2024).
Cuando se implementa con acompañamiento docente, orientación clara y espacios sistemáticos para la reflexión (como diarios de aprendizaje, rúbricas de autoevaluación o guías de reflexión), la autoevaluación crítica no solo mejora la calidad del aprendizaje, sino que también prepara al estudiante para escenarios futuros donde la evaluación y mejora continua son esenciales, como en el ámbito profesional o en la educación a lo largo de la vida.
En suma, la autoevaluación crítica es una herramienta poderosa para formar aprendices autónomos, reflexivos y conscientes de sus propios procesos de desarrollo personal y académico (Ruiz-Galende et al., 2021).
· Simulaciones y entornos virtuales de evaluación:
Son estrategias pedagógicas que permiten observar y valorar el desempeño del estudiante en contextos controlados que imitan situaciones reales del entorno profesional, permitiendo aplicar conocimientos, habilidades y actitudes de manera integrada. Estas situaciones simuladas —como juegos de roles, análisis de casos complejos, laboratorios prácticos, presentaciones ante jurados o resolución de problemas en escenarios contextualizados— recrean las condiciones, presiones y niveles de incertidumbre propios del campo laboral, promoviendo una evaluación auténtica y significativa (Saço et al., 2024).
Este tipo de evaluaciones favorece el desarrollo de competencias transversales, como la toma de decisiones, la comunicación efectiva, el trabajo en equipo, el pensamiento crítico y la resolución de problemas, al tiempo que permite al docente recoger evidencias concretas del desempeño del estudiante en acción.
Además, al estar vinculadas a contextos disciplinares específicos, estas estrategias contribuyen a fortalecer la empleabilidad, la pertinencia curricular y la vinculación entre la universidad y el mundo profesional. Cuando se diseñan con criterios claros, rúbricas transparentes y espacios de retroalimentación, las evaluaciones situadas se convierten en una herramienta poderosa para el aprendizaje reflexivo, el desarrollo de la autonomía y la preparación para escenarios reales.
Figura 16 Instrumentos e indicadores innovadores
Una de las innovaciones más significativas en los enfoques contemporáneos de evaluación es la revalorización de la retroalimentación como estrategia formativa clave. A diferencia de la simple asignación de una calificación, que muchas veces solo certifica un resultado, la retroalimentación tiene el potencial de activar procesos de reflexión, comprensión y mejora continua. Cuando es oportuna, clara, específica, empática y dialogada, su impacto sobre el aprendizaje es profundo y duradero.
Las investigaciones pedagógicas coinciden en que la retroalimentación supera ampliamente a la calificación en su capacidad para promover aprendizajes significativos y sostenibles. Un estudiante aprende más cuando comprende por qué cometió un error, qué necesita mejorar y cómo puede lograrlo, que cuando simplemente recibe un número o una evaluación sumativa sin contexto.
En este sentido, una práctica evaluativa innovadora consiste en ofrecer comentarios personalizados y constructivos que no se limiten a señalar deficiencias, sino que abran rutas posibles para avanzar hacia niveles superiores de desempeño. Esta retroalimentación debe ser parte del proceso continuo de enseñanza-aprendizaje, no un añadido posterior o una tarea individual del docente, sino una interacción pedagógica dialógica que enriquece tanto a quien aprende como a quien enseña.
Un componente clave de este enfoque es la retroalimentación bidireccional, en la que el estudiante también tiene voz. Esto implica abrir espacios para que los estudiantes retroalimenten al docente, opinen sobre la claridad de los criterios de evaluación, compartan sus percepciones sobre las actividades, y participen en la co-construcción de los instrumentos evaluativos. Esta práctica no solo democratiza la evaluación, sino que fortalece la agencia estudiantil, fomenta el compromiso con el propio proceso de aprendizaje y mejora la calidad del acto educativo (Saço et al., 2024).
Además, la retroalimentación eficaz requiere de ciertas condiciones institucionales y metodológicas: tiempo suficiente para analizar el trabajo del estudiante, criterios de evaluación claros y compartidos, canales accesibles para el diálogo pedagógico, y una cultura de mejora que valore el error como oportunidad y no como castigo.
En síntesis, innovar en evaluación implica colocar la retroalimentación en el centro del proceso formativo, no como complemento, sino como uno de los principales motores del aprendizaje reflexivo, autónomo y transformador. Cuando se aplica con intención pedagógica y ética, la retroalimentación se convierte en una herramienta poderosa para construir conocimiento, fortalecer la autoconfianza del estudiante y enriquecer el vínculo pedagógico (Touriñán López, 2013).
Una educación basada en competencias exige una evaluación auténtica, coherente y alineada con el desarrollo de saberes integrales, que articulen dimensiones cognitivas, procedimentales y actitudinales, en función de su aplicación en contextos reales y significativos. Este enfoque implica trascender la simple memorización de contenidos o la reproducción de procedimientos estandarizados, para centrarse en la movilización de conocimientos, habilidades y valores en situaciones complejas, interdisciplinares y cambiantes. En este sentido, evaluar por competencias implica diseñar situaciones evaluativas contextualizadas que permitan observar no solo lo que el estudiante sabe, sino lo que es capaz de hacer con ese saber, cómo lo justifica, cómo lo comunica y cómo toma decisiones en base a él (Saço et al., 2024).
Asimismo, este tipo de evaluación debe ser continua, formativa, criterial y participativa, permitiendo procesos de autoevaluación, coevaluación y heteroevaluación, que fortalezcan la reflexión crítica, la autonomía y el compromiso ético. Alinear la evaluación con el desarrollo de competencias supone también el uso de instrumentos diversos como portafolios, estudios de caso, proyectos colaborativos, simulaciones y rúbricas que expliciten los criterios de logro. Esta transformación no solo responde a demandas del mundo laboral o profesional, sino también a una visión más humanista e integral de la formación universitaria, que reconoce la complejidad del aprendizaje y la necesidad de preparar ciudadanos reflexivos, éticos y socialmente comprometidos (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
Evaluar competencias implica observar cómo el estudiante:
Esto requiere instrumentos flexibles, criterios cualitativos y metodologías que capturen la complejidad de las situaciones profesionales. La innovación evaluativa, en este sentido, permite visibilizar y valorar dimensiones del aprendizaje que los métodos tradicionales ignoran.
La expansión del aprendizaje virtual e híbrido ha generado nuevas formas de evaluar. Entre ellas se destacan:
Sin embargo, estos entornos también presentan riesgos: plagio digital, despersonalización, dependencia tecnológica. Por ello, una evaluación innovadora en entornos digitales debe ser coherente con los principios pedagógicos y acompañarse de formación docente en diseño instruccional.
La evaluación del aprendizaje, en tanto práctica pedagógica, está impregnada de valores, creencias y relaciones de poder. Innovar en este campo no puede reducirse a un cambio de formatos o instrumentos, sino que implica revisar críticamente el modelo cultural y ético que ha sostenido históricamente las prácticas evaluativas en la educación superior (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
La evaluación del aprendizaje, entendida como una práctica pedagógica compleja, está profundamente impregnada de valores, creencias, supuestos epistemológicos y relaciones de poder que configuran no solo lo que se evalúa, sino también cómo y para qué se evalúa. Innovar en este campo no puede limitarse a la mera incorporación de nuevos formatos, rúbricas o tecnologías digitales; por el contrario, exige una transformación más profunda y crítica del modelo cultural, ético y político que ha sostenido históricamente las prácticas evaluativas en la educación superior. Esta revisión debe contemplar el lugar de la subjetividad del estudiante, la equidad en los procesos de valoración, la función formativa de la retroalimentación, y la necesidad de romper con lógicas punitivas, meritocráticas o estandarizadas que perpetúan desigualdades.
En este sentido, repensar la evaluación implica reconocerla como un acto de justicia educativa, orientado al acompañamiento reflexivo de los aprendizajes, al fortalecimiento del pensamiento crítico y al desarrollo integral del estudiantado en contextos diversos y cambiantes.
Uno de los desafíos persistentes en los sistemas de educación superior es el predominio de la evaluación sumativa, que se centra casi exclusivamente en la asignación de calificaciones como único y principal indicador del aprendizaje. Este enfoque, arraigado en una tradición normativa y meritocrática, tiende a consolidar una cultura del rendimiento individual, la competencia desmedida y la presión por los resultados, muchas veces en detrimento de los procesos de aprendizaje significativos. En contextos así, el error es penalizado más que valorado como parte del camino formativo, y el aprendizaje queda reducido a una lógica binaria de aprobación o reprobación, anulando espacios para la colaboración, la creatividad y la autorreflexión (Ruiz-Galende et al., 2021).
En contraposición, la evaluación formativa representa una alternativa pedagógica más integral y humanizadora, centrada en el seguimiento continuo del proceso de aprendizaje, la identificación de fortalezas y debilidades, y la promoción de la mejora progresiva. Esta mirada recupera el valor del diálogo pedagógico y la construcción conjunta del conocimiento (Aravena Gaete & Roy Sadradín, 2024).
No obstante, su implementación efectiva suele enfrentarse a múltiples tensiones, especialmente en entornos institucionales regidos por estructuras rígidas, tiempos acotados, y exigencias externas de estandarización, rendición de cuentas y acreditación. Tales marcos tienden a privilegiar lo cuantificable por encima de lo cualitativo, lo homogéneo por sobre lo contextual, dificultando la incorporación plena de prácticas evaluativas más inclusivas, personalizadas y orientadas al desarrollo integral del estudiante.
Otro reto ético importante es el de garantizar que la evaluación sea justa, inclusiva y contextualizada. Esto implica:
Una evaluación verdaderamente inclusiva no trata a todos por igual, sino que ofrece equidad de condiciones para que cada estudiante pueda expresar lo que sabe y puede hacer (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
La evaluación suele ser un proceso vertical y poco participativo. Innovar implica abrir espacios para que los estudiantes co-construyan los criterios de evaluación, discutan los objetivos del curso, propongan formatos de entrega alternativos y negocien los medios para mostrar sus aprendizajes.
Esta democratización de la evaluación no solo promueve el compromiso estudiantil, sino que fortalece la autorregulación, la responsabilidad compartida y la autonomía académica. Sin embargo, supone también un cambio cultural importante en la relación docente-estudiante, que debe estar basado en la confianza, la horizontalidad y el respeto mutuo.
La retroalimentación constituye, en sí misma, una práctica ética y formativa que va más allá del simple comentario evaluativo. Es un acto pedagógico cargado de intencionalidad, capaz de construir vínculos, fomentar la autorregulación del aprendizaje y potenciar el desarrollo personal y académico del estudiante. Un comentario evaluativo, si bien puede aclarar errores o reforzar aciertos, también tiene el poder de fortalecer o debilitar la autoestima, la motivación y el sentido de pertenencia al proceso formativo (Saço et al., 2024).
En este contexto, brindar una retroalimentación significativa, empática y orientadora exige mucho más que conocimientos técnicos; demanda habilidades comunicativas refinadas, sensibilidad pedagógica para comprender las necesidades individuales de los estudiantes, y una formación emocional que permita reconocer y cuidar los efectos de nuestras palabras. La retroalimentación efectiva no se reduce a corregir, sino que orienta, acompaña y estimula la reflexión metacognitiva, haciendo del error una oportunidad para aprender. Desde esta perspectiva, se convierte en una herramienta clave para una educación superior centrada en el sujeto, en la dignidad humana y en el compromiso con una enseñanza transformadora.
A su vez, la evaluación ética debe evitar prácticas como:
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Figura 17 Claves para un Feedback efectivo
El uso de tecnologías para evaluar trae consigo beneficios, pero también desafíos éticos importantes. La implementación de proctoring digital (sistemas de vigilancia automatizada en exámenes en línea), por ejemplo, ha generado debate por su impacto en la privacidad, la ansiedad estudiantil y la presunción de desconfianza.
De igual forma, la aplicación de algoritmos para evaluar escritos o predecir desempeños plantea riesgos de sesgos automatizados y pérdida de humanidad en el proceso evaluativo.
En este contexto, resulta imprescindible que las universidades desarrollen políticas de uso ético de la tecnología en la evaluación, basadas en principios de transparencia, consentimiento informado, confidencialidad y respeto por la autonomía del estudiante (Ruiz-Galende et al., 2021).
La evaluación no puede desligarse de la cultura académica de cada institución. Muchas universidades aún arrastran prácticas tradicionales, como el énfasis exclusivo en exámenes memorísticos, la centralidad del docente como único evaluador y la falta de espacios de diálogo sobre las prácticas evaluativas.
Transformar la evaluación implica promover un cambio cultural institucional que incluya:
En síntesis, innovar en evaluación no es un acto técnico ni aislado, sino un proceso profundamente ético, político y cultural, que debe abordarse de forma colectiva y sostenida (Santos & Costa, 2021).
La evaluación innovadora del aprendizaje en la educación superior constituye una pieza fundamental en la transformación de los modelos educativos. Más que una etapa final del proceso formativo debe concebirse como una herramienta poderosa para mejorar la enseñanza, fortalecer la autonomía del estudiante y promover aprendizajes más profundos y duraderos (Ruiz-Galende et al., 2021).
A lo largo de este capítulo se ha evidenciado que la evaluación innovadora no se limita a cambiar instrumentos, sino que implica redefinir propósitos, enfoques y relaciones pedagógicas. Evaluar ya no es solo verificar el cumplimiento de contenidos, sino comprender cómo, por qué y para qué aprenden los estudiantes. Este cambio requiere coherencia con los principios del aprendizaje activo, formación docente continua, rediseño curricular y apoyo institucional.
En tiempos donde la tecnología, la diversidad y la incertidumbre marcan el ritmo del mundo académico, la evaluación debe convertirse en un espacio de escucha, diálogo y acompañamiento. Un espacio donde el error se reconozca como parte del aprendizaje, y donde el estudiante participe activamente en la construcción de sus propios saberes y trayectorias formativas (Saço et al., 2024).
El desafío está en pasar de una cultura de la calificación a una cultura de la comprensión. Solo así será posible construir una educación superior más equitativa, significativa y humanizadora. En el siguiente capítulo se presentarán experiencias reales y estudios de caso que ilustran cómo las innovaciones descritas en los capítulos anteriores se concretan en distintas instituciones de Iberoamérica.
Uno de los desafíos persistentes en el ámbito de la innovación docente en educación superior es la distancia entre el discurso teórico y la práctica concreta. A pesar de los avances en el desarrollo de marcos conceptuales robustos, principios pedagógicos renovadores y políticas institucionales que impulsan el cambio, el verdadero impacto de la innovación educativa solo se manifiesta cuando estas ideas se traducen en acciones pedagógicas reales, sostenibles y situadas en contextos específicos de enseñanza-aprendizaje (Ruiz-Galende et al., 2021).
La innovación no se realiza en el papel, sino en el aula. Por ello, es necesario pasar de la retórica del cambio a la implementación efectiva de estrategias que transformen la experiencia educativa de estudiantes y docentes. Esto implica no solo comprender las teorías que sustentan la innovación, sino asumir una praxis comprometida, capaz de adaptarse, resistir inercias institucionales, y construir nuevas formas de enseñar, aprender y evaluar (Chao-Rebolledo & Rivera-Navarro, 2024).
Este capítulo recoge una selección de estudios de caso y experiencias pedagógicas significativas que evidencian cómo la innovación educativa es posible, viable y transformadora, cuando se dan ciertas condiciones esenciales: el compromiso reflexivo del profesorado, el respaldo estratégico de las instituciones y una actitud abierta a la experimentación, la creatividad y la mejora continua.
Las buenas prácticas aquí presentadas abarcan una diversidad de enfoques y escenarios: desde el uso crítico de tecnologías digitales hasta el diseño de metodologías activas, desde experiencias de evaluación auténtica hasta iniciativas que integran la docencia con la vinculación social y comunitaria. También se destacan modelos de formación docente innovadores, proyectos interdisciplinarios y transformaciones curriculares impulsadas desde las bases académicas.
Figura 18 Claves para una buena práctica innovadora
Cada experiencia constituye un ejemplo de cómo la innovación no necesita condiciones ideales para florecer, sino voluntad, estrategia y sentido pedagógico. Lejos de ser excepcionales o elitistas, estas prácticas nos muestran que el cambio es posible incluso en entornos con limitaciones, cuando se parte del reconocimiento de la realidad concreta y se actúa con visión transformadora (Aravena Gaete & Roy Sadradín, 2024).
Este capítulo no busca ofrecer recetas cerradas, sino inspirar, provocar y orientar a docentes e instituciones que se encuentran en procesos de revisión y mejora de sus prácticas. En un tiempo donde las demandas hacia la educación superior se multiplican, estas experiencias ofrecen respuestas locales con proyección global, y confirman que la innovación educativa cobra sentido cuando mejora la calidad del aprendizaje y contribuye a una universidad más justa, humana y pertinente.
Caso 1: Aprendizaje basado en problemas en Medicina – Universidad Nacional de Rosario (Argentina)
Desde hace más de dos décadas, la Facultad de Ciencias Médicas de la UNR ha implementado el Aprendizaje Basado en Problemas (ABP) como eje estructurante de su currículo. Esta estrategia ha permitido:
Resultados destacados: aumento del compromiso estudiantil, mayor retención de conocimientos y fortalecimiento del vínculo teoría-práctica (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
Caso 2: Aula invertida en Ingeniería – Pontificia Universidad Católica de Chile
En la Escuela de Ingeniería, varios cursos adoptaron el modelo de flipped classroom, donde los contenidos teóricos son revisados en casa mediante cápsulas de video y el aula se convierte en un espacio de aplicación colaborativa (Saço et al., 2024).
Componentes clave:
Resultados: mayor participación, disminución de la deserción, incremento en el rendimiento académico y desarrollo de habilidades blandas.
Caso 3: Educación intercultural y aprendizaje servicio –Universidad Veracruz (México)
La Universidad Veracruzana ha integrado el Aprendizaje Servicio (ApS) como estrategia de vinculación con comunidades rurales e indígenas. Estudiantes de diversas facultades desarrollan proyectos en colaboración con actores comunitarios, aplicando saberes disciplinares para resolver problemas locales.
Impactos observados:
Este modelo también ha sido reconocido por organismos internacionales como ejemplo de universidad comprometida con el desarrollo sostenible.
Caso 4: Evaluación alternativa en Humanidades – Universidad de Valencia (España)
En la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación se rediseñaron cursos para incorporar evaluación basada en portafolios digitales, debates evaluativos y proyectos transmedia como alternativa al examen tradicional.
Elementos innovadores:
Aprendizajes institucionales: mejora en la calidad argumentativa de los trabajos, aumento del compromiso y visibilización de trayectorias de aprendizaje personalizadas.
Caso 5: Innovación en docencia virtual – Universidad de Antioquia (Colombia)
La Dirección de Docencia y la Facultad de Educación diseñaron el programa UdeA Virtual, centrado en la formación de docentes en competencias digitales, diseño instruccional y evaluación en línea (Ruiz-Galende et al., 2021).
Buenas prácticas destacadas:
Resultados: más de 500 docentes capacitados, aumento de la calidad pedagógica en entornos virtuales, y mejora en la retención estudiantil en carreras a distancia.
A partir del análisis transversal de los casos presentados, se pueden identificar factores comunes que explican su éxito:
Las buenas prácticas y estudios de caso aquí presentados demuestran que la innovación docente es posible, concreta y efectiva, siempre que se articule con una visión pedagógica sólida, un compromiso ético profundo con el aprendizaje y un entorno institucional que respalde el cambio. Estas experiencias, lejos de ser excepciones aisladas o anécdotas sin continuidad, constituyen referentes replicables, escalables y adaptables que pueden enriquecer los procesos de transformación de la educación superior en contextos diversos, respetando sus realidades culturales, sociales y políticas.
Una de las lecciones más valiosas que emerge de estos casos es que la innovación educativa no nace del azar, la moda o el entusiasmo momentáneo, sino del trabajo sistemático, sostenido y reflexivo. Requiere diálogo entre saberes disciplinares y pedagógicos, disposición a experimentar, tolerancia al error como parte del proceso de mejora, y una evaluación constante que permita ajustar, retroalimentar y consolidar el aprendizaje institucional.
Además, queda claro que la innovación no puede quedar relegada a esfuerzos individuales o iniciativas aisladas. Si bien muchas veces surge desde la motivación personal de docentes comprometidos, su impacto real y sostenibilidad dependen de que las universidades la reconozcan, la valoren y la integren como parte estructural de su cultura organizacional. Esto implica no solo habilitar recursos, sino también crear políticas claras, redes de colaboración, espacios de formación permanente y mecanismos de reconocimiento profesional que legitimen las transformaciones pedagógicas.
Estas experiencias también nos invitan a comprender que innovar no es solo introducir herramientas digitales o cambiar dinámicas de aula, sino redefinir el sentido mismo de educar en el siglo XXI: formar personas críticas, éticas, colaborativas, creativas y capaces de actuar en un mundo cada vez más incierto, complejo e interconectado (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
El reto institucional es, por tanto, pasar de una innovación basada en el esfuerzo voluntarista a una innovación sistémica, que dialogue con el currículo, con la gestión académica, con la evaluación, con la investigación pedagógica, y que esté alineada con una visión transformadora del rol social de la universidad.
En este sentido, las experiencias compartidas en este capítulo no son puntos de llegada, sino pistas de despegue para seguir construyendo una educación superior centrada en el aprendizaje significativo, la inclusión, la justicia social y el compromiso con el entorno. Nos muestran que es posible enseñar y aprender de otra manera, y que esa posibilidad depende, en gran parte, de la voluntad colectiva de repensar la docencia como una práctica creativa, crítica y transformadora (Ruiz-Galende et al., 2021).
En el próximo capítulo se abordarán las tendencias emergentes y horizontes futuros de la innovación docente, planteando una mirada prospectiva sobre cómo seguir consolidando una universidad que enseña con sentido, aprende de su práctica y transforma su entorno con coherencia y responsabilidad.
Este libro ha recorrido de forma sistemática, profunda y articulada los principales fundamentos teóricos, estrategias pedagógicas, experiencias institucionales y proyecciones prospectivas que conforman el vasto campo de la innovación docente en la educación superior. Lo ha hecho desde una mirada crítica, situada y contextualizada, entendiendo que la innovación no puede ser reducida a la incorporación de tecnologías o a la implementación aislada de nuevas metodologías, sino que debe comprenderse como un proceso integral de transformación educativa que atraviesa las dimensiones curriculares, didácticas, institucionales, tecnológicas y éticas del quehacer universitario (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
A lo largo de los capítulos, se ha sostenido que innovar en la docencia universitaria no es seguir tendencias pasajeras ni adoptar acríticamente modelos externos. La verdadera innovación —la que transforma, democratiza y dignifica la educación— surge del diálogo entre teoría y práctica, de la problematización de las condiciones de enseñanza, y del compromiso genuino por ofrecer a los estudiantes experiencias de aprendizaje significativas, inclusivas y socialmente pertinentes.
Innovar, en este sentido, implica revisar críticamente las formas de enseñar, aprender y evaluar, cuestionar los paradigmas heredados y reimaginar nuevas formas de relación pedagógica. Supone reconocer al estudiante como sujeto activo, portador de saberes y protagonista de su trayectoria formativa. También requiere del docente una actitud reflexiva, investigativa y creativa, alejada del rol tradicional transmisor, y comprometida con la construcción colectiva del conocimiento.
A lo largo de esta obra se ha demostrado, con evidencias teóricas y prácticas, que la innovación educativa no solo es deseable, sino posible y necesaria, cuando se articula con una serie de condiciones estructurales y culturales que la sostienen y proyectan. Entre ellas, se destacan:
En este marco, la innovación docente deja de ser una aspiración idealista o un ejercicio retórico, y se convierte en una herramienta concreta, transformadora y urgente para democratizar, mejorar y humanizar la educación superior. No se trata solo de mejorar los indicadores institucionales ni de adaptarse a las exigencias del mercado, sino de construir una universidad más inclusiva, más pertinente y consciente de su responsabilidad histórica (Santos & Costa, 2021).
Innovar, finalmente, es un acto político y ético, que nos interpela a todos los actores del sistema educativo a asumir el desafío de repensar la educación no como un servicio, sino como un derecho y un bien común. Este libro es una invitación a continuar ese camino, con pensamiento crítico, compromiso colectivo y esperanza activa (Aravena Gaete & Roy Sadradín, 2024).
A continuación, se presentan recomendaciones específicas para diferentes actores del sistema universitario, con el fin de fortalecer ecosistemas de innovación sostenibles:
Para las universidades e instituciones de educación superior
Uno de los desafíos persistentes en el ámbito de la innovación docente en la educación superior es la brecha entre el discurso teórico y la práctica concreta. A pesar del notable avance en la elaboración de marcos conceptuales sólidos, de la difusión de principios pedagógicos renovadores y del impulso de políticas institucionales orientadas al cambio, la transformación educativa solo cobra sentido cuando estas ideas se traducen en prácticas reales, sostenibles y situadas en los espacios donde ocurre el acto pedagógico: las aulas, los laboratorios, los entornos virtuales, los talleres y los vínculos con la comunidad.
La innovación no se materializa en documentos, proyectos o discursos bien intencionados, sino en el día a día del quehacer docente, donde las condiciones son muchas veces complejas, los recursos limitados, y las demandas múltiples. Por eso, pasar de la retórica a la acción implica un ejercicio profundo de coherencia pedagógica y responsabilidad institucional. No basta con querer innovar: es necesario construir colectivamente las condiciones para hacerlo, superar resistencias, y sostener procesos transformadores en el tiempo (Ruiz-Galende et al., 2021).
Innovar implica tomar decisiones pedagógicas fundamentadas, adaptar recursos con creatividad, negociar con estructuras rígidas, evaluar críticamente los propios logros y errores, y trabajar en red con otros actores. Se requiere una praxis comprometida, una ética de la transformación que reconozca los límites del contexto sin renunciar a la posibilidad de generar cambios con sentido.
Este capítulo recoge una diversa selección de estudios de caso y experiencias significativas desarrolladas en instituciones de educación superior de distintas regiones. Todas ellas son prueba de que la innovación educativa es posible, viable y transformadora cuando confluyen tres factores esenciales: el compromiso reflexivo del profesorado, el respaldo institucional estratégico, y una actitud abierta a la experimentación pedagógica, al ensayo y al error. Estas experiencias no surgen del azar, sino de un trabajo intencionado que busca mejorar el aprendizaje, humanizar la enseñanza y dar respuesta a los desafíos contemporáneos.
Las buenas prácticas aquí sistematizadas ilustran una amplia gama de enfoques: desde la integración crítica de tecnologías digitales hasta el rediseño de metodologías activas; desde modelos de evaluación auténtica hasta procesos de vinculación con el entorno social, desde propuestas de formación docente entre pares hasta currículos flexibles construidos desde una lógica interdisciplinaria. En todos los casos, la innovación no se presenta como una respuesta definitiva, sino como una búsqueda continua, situada y colaborativa (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
Cada experiencia descrita confirma que la innovación no requiere condiciones ideales para florecer, sino voluntad, estrategia, diálogo y visión pedagógica. Lejos de ser exclusivas de contextos privilegiados o de universidades de élite, estas iniciativas nos enseñan que es posible construir el cambio desde lo cotidiano, reconociendo las posibilidades del entorno, implicando a los estudiantes, y construyendo alianzas institucionales que favorezcan el riesgo y la creatividad.
Este capítulo no ofrece recetas únicas ni soluciones universales. Su objetivo es inspirar, provocar y orientar a quienes están comprometidos con repensar sus prácticas docentes desde una lógica de transformación. En un tiempo marcado por la incertidumbre, la complejidad y la demanda de nuevas formas de enseñar y aprender, estas experiencias aportan respuestas locales con sentido global, y demuestran que la innovación cobra verdadero sentido cuando mejora la calidad del aprendizaje, democratiza el conocimiento y contribuye a una universidad más justa, humana y pertinente (Ruiz-Galende et al., 2021).
a) Evaluación del impacto de la innovación docente en la formación de competencias transversales
Se requieren estudios sistemáticos y contextualizados que analicen cómo las prácticas pedagógicas innovadoras contribuyen efectivamente al desarrollo de habilidades críticas, colaborativas, digitales y éticas en la educación superior. Estas habilidades son consideradas fundamentales en el siglo XXI no solo por su valor en el ámbito laboral, sino también por su papel en la formación de ciudadanos reflexivos, responsables y capaces de enfrentar desafíos complejos en un mundo digitalizado, interdependiente y en constante transformación.
Las metodologías activas —como el aprendizaje basado en problemas, el aprendizaje colaborativo, el uso de simulaciones, el trabajo por proyectos o la gamificación— han mostrado un potencial importante para estimular el pensamiento crítico, promover la resolución conjunta de problemas, fortalecer las competencias digitales y cultivar actitudes éticas frente al uso de la información, la toma de decisiones y la participación social. Sin embargo, aún persiste una necesidad de mayor investigación empírica que evidencie, con datos concretos y evaluaciones rigurosas, el impacto real de estas prácticas en diversos contextos educativos, culturales y disciplinarios (Saço et al., 2024).
Además, estos estudios deben contemplar enfoques cualitativos y cuantitativos, incluyendo el análisis del discurso académico, la observación de dinámicas colaborativas, la evaluación de productos digitales, el seguimiento longitudinal de trayectorias estudiantiles y la percepción de docentes y estudiantes. Solo a partir de esta base de conocimiento validado será posible diseñar políticas institucionales y formaciones docentes que integren la innovación de manera efectiva y sostenida, alineando la práctica pedagógica con los desafíos contemporáneos de la educación superior.
b) Análisis crítico de los modelos de formación docente en innovación educativa
Son necesarias investigaciones comparativas que analicen los diferentes enfoques institucionales de formación docente en educación superior, explorando no solo sus metodologías y resultados, sino también los factores que inciden en su sostenibilidad a largo plazo. En un contexto donde se promueve la innovación educativa como eje estratégico para la mejora de la calidad, las universidades e instituciones formadoras han desarrollado diversas propuestas de actualización y desarrollo profesional docente, con enfoques que van desde la capacitación técnica en TIC hasta modelos integrales basados en comunidades de aprendizaje, reflexión crítica, mentorías o investigación-acción.
Comparar estos enfoques permitiría identificar las metodologías más efectivas según contextos culturales, disciplinares e institucionales, así como reconocer buenas prácticas transferibles y obstáculos comunes. Aspectos como la duración de los programas, su grado de institucionalización, el acompañamiento pedagógico, la evaluación del impacto en el aula y la articulación con planes curriculares son variables clave que merecen ser estudiadas de forma rigurosa.
Asimismo, resulta fundamental examinar los factores de sostenibilidad de estas iniciativas, incluyendo la voluntad política institucional, la disponibilidad de recursos, la formación de equipos multidisciplinarios, los incentivos para la innovación y la existencia de marcos normativos y de evaluación que promuevan la mejora continua. Sin este análisis, muchas propuestas quedan en acciones aisladas o de corto plazo, sin generar cambios estructurales en las prácticas docentes (Ruiz-Galende et al., 2021).
En este sentido, una agenda de investigación comparativa y longitudinal permitiría no solo mapear experiencias exitosas, sino también construir un conocimiento sólido y contextualizado que oriente la formulación de políticas públicas y estrategias institucionales de desarrollo docente más efectivas, inclusivas y sostenibles (Santos & Costa, 2021).
c) Brechas y equidad en el acceso a la innovación educativa en contextos latinoamericanos
Son imprescindibles estudios que documenten de manera rigurosa las diferencias en el acceso, participación y beneficio de las prácticas docentes innovadoras según variables como región geográfica, género, etnia, nivel socioeconómico o condición de discapacidad. Si bien las metodologías activas, las tecnologías educativas y los enfoques centrados en el estudiante han demostrado su potencial para transformar la enseñanza y el aprendizaje, su implementación y aprovechamiento no siempre son equitativos en todos los contextos (Aravena Gaete & Roy Sadradín, 2024).
La ubicación geográfica, por ejemplo, incide directamente en la disponibilidad de recursos tecnológicos, conectividad, infraestructura física y formación docente continua, generando una marcada brecha entre instituciones urbanas y rurales o entre universidades públicas y privadas. Las desigualdades de género y etnia también se manifiestan en la forma en que se distribuyen las oportunidades de formación, liderazgo y acceso a herramientas digitales, reproduciendo patrones de exclusión histórica en el ámbito educativo.
Asimismo, el nivel socioeconómico del estudiantado y del cuerpo docente puede condicionar tanto el acceso a dispositivos y conectividad como la participación en procesos formativos de calidad, mientras que las personas con discapacidad suelen enfrentar múltiples barreras para beneficiarse de entornos de aprendizaje que no siempre están diseñados desde una perspectiva inclusiva y accesible.
Estos estudios deben ir más allá del diagnóstico para explorar cómo se configuran estas desigualdades, qué factores institucionales y estructurales las perpetúan, y qué estrategias han demostrado ser eficaces para superarlas. La documentación de estas brechas es esencial no solo para garantizar el derecho a una educación de calidad para todos, sino también para diseñar políticas de innovación educativa verdaderamente inclusivas, que reconozcan la diversidad y promuevan la equidad como principios rectores de la transformación pedagógica (Pérez Carvajal et al., 2024).
d) Efectos de la inteligencia artificial en la docencia universitaria y la evaluación del aprendizaje
Se requieren investigaciones integrales que analicen el uso ético, pedagógico y técnico de herramientas de inteligencia artificial (IA) en entornos educativos, tales como ChatGPT, los sistemas de análisis predictivo, el proctoring automatizado o los evaluadores algorítmicos. Estas tecnologías, cada vez más presentes en universidades y plataformas de aprendizaje, abren oportunidades significativas para la personalización, eficiencia y automatización de procesos, pero también plantean desafíos complejos que requieren un abordaje multidimensional y crítico (Pérez Carvajal et al., 2024).
Desde el plano pedagógico, es necesario explorar cómo estas herramientas afectan la mediación docente, la autonomía del estudiante, la calidad de la retroalimentación y la integridad del proceso formativo. ¿Favorecen un aprendizaje significativo o refuerzan lógicas de respuesta rápida y superficial? ¿Pueden integrarse como apoyo al pensamiento crítico o sustituyen procesos cognitivos valiosos? Estas son preguntas que la investigación educativa debe responder con base empírica y contextual.
En el plano técnico, urge analizar la precisión, estabilidad, sesgos y transparencia de los algoritmos que rigen estas herramientas. En el caso del proctoring automatizado, por ejemplo, se ha evidenciado que puede generar falsos positivos, afectar desproporcionadamente a ciertos perfiles demográficos y vulnerar la privacidad estudiantil. Asimismo, los sistemas de evaluación automática o predicción del desempeño deben ser evaluados en cuanto a su fiabilidad, trazabilidad y alineación con criterios pedagógicos válidos y justos.
Finalmente, desde una perspectiva ética, estas investigaciones deben abordar cuestiones como la protección de datos personales, el consentimiento informado, la equidad en el acceso, la posibilidad de sesgos algorítmicos y la rendición de cuentas institucional. El uso de IA en educación no puede desligarse de marcos de derechos humanos, principios de transparencia y criterios de justicia educativa (Pérez Carvajal et al., 2024).
En suma, la integración responsable de la inteligencia artificial en educación superior exige una base investigativa sólida que articule el análisis ético, técnico y pedagógico, y que oriente tanto la formulación de políticas institucionales como la capacitación docente, el diseño curricular y la gobernanza de los sistemas educativos en la era digital.
e) Nuevas subjetividades estudiantiles y su relación con las metodologías activas
Se requieren estudios cualitativos que exploren en profundidad cómo los estudiantes perciben, construyen y se apropian de las metodologías pedagógicas innovadoras, así como su impacto en dimensiones fundamentales como la agencia, la motivación y el bienestar. Aunque las estrategias activas —como el aprendizaje basado en problemas, el trabajo colaborativo, la gamificación, el uso de TIC o la evaluación formativa— han sido ampliamente promovidas por su potencial transformador, su efectividad depende en gran medida de cómo son vividas, interpretadas y resignificadas por quienes aprenden.
En este sentido, la voz del estudiantado se vuelve indispensable para comprender no solo los resultados observables, sino los procesos subjetivos, emocionales y relacionales que intervienen en la apropiación de estas metodologías. Factores como el sentido de pertenencia, la percepción de autonomía, el reconocimiento de su rol activo en el aprendizaje, o la forma en que enfrentan el error y el desafío cognitivo, pueden incidir de manera decisiva en la eficacia de las propuestas pedagógicas (Pucciarelli & Kaplan, 2016).
Asimismo, estos estudios permiten visibilizar cómo las prácticas innovadoras inciden en el desarrollo de la agencia estudiantil, entendida como la capacidad de tomar decisiones, gestionar el propio aprendizaje y participar activamente en la construcción del conocimiento. A su vez, abren espacio para indagar en la motivación intrínseca, la satisfacción con el proceso educativo, y los efectos sobre el bienestar académico y emocional, dimensiones clave pero a menudo relegadas en las evaluaciones institucionales.
Desde un enfoque cualitativo —ya sea mediante entrevistas, grupos focales, etnografías educativas, diarios reflexivos o análisis narrativo—, estos estudios aportan una comprensión rica, situada y profunda de las experiencias estudiantiles. Esta mirada es crucial para ajustar, rediseñar o contextualizar las metodologías innovadoras, garantizando que no solo respondan a criterios de eficacia institucional, sino también a las necesidades, expectativas y realidades de los sujetos que las viven cotidianamente (Ruiz-Galende et al., 2021).
f) Educación superior y sostenibilidad: innovación pedagógica con enfoque socioambiental
Es fundamental promover proyectos educativos que articulen innovación docente, educación para el desarrollo sostenible (EDS) y vinculación con comunidades, como vía para fortalecer una formación universitaria contextualizada, transformadora y socialmente comprometida. Esta triple articulación responde a la necesidad de repensar el rol de la universidad en el siglo XXI, no solo como transmisora de conocimientos, sino como agente activo en la construcción de sociedades más justas, equitativas y sostenibles.
Desde el eje de la innovación docente, estos proyectos deben impulsar metodologías activas, participativas y centradas en el estudiante, que promuevan la reflexión crítica, la resolución de problemas reales y la co-construcción de saberes. En ese marco, la educación para el desarrollo sostenible no debe abordarse como un contenido aislado, sino como un enfoque transversal que atraviesa las disciplinas y promueve competencias clave como el pensamiento sistémico, la responsabilidad ética, la ciudadanía global y la toma de decisiones orientada al bien común (Ruiz-Galende et al., 2021).
La vinculación con comunidades —urbanas, rurales, indígenas o de sectores vulnerables— permite dar sentido y pertinencia a los procesos de enseñanza-aprendizaje, favoreciendo el diálogo de saberes, la atención a problemáticas locales y la generación de soluciones desde una perspectiva de compromiso social. Esta dimensión no solo enriquece la formación del estudiantado, sino que fortalece el tejido social y refuerza la función pública de las instituciones de educación superior (Pérez Carvajal et al., 2024).
Asimismo, estos proyectos deben estructurarse bajo principios de interdisciplinariedad, reciprocidad y sostenibilidad, integrando actores académicos, estudiantiles y comunitarios en todas las fases: diagnóstico, diseño, implementación y evaluación. A través de esta sinergia, es posible generar experiencias formativas auténticas que transformen tanto a quienes aprenden como a los territorios con los que se vinculan.
En suma, la integración de innovación pedagógica, sostenibilidad y vinculación comunitaria representa una vía estratégica para formar profesionales con conciencia crítica, compromiso ético y capacidades para actuar en contextos complejos y diversos, tal como exigen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y las agendas de educación superior con responsabilidad social.
g) Narrativas docentes sobre el cambio pedagógico y la construcción de sentido en la innovación
Son especialmente valiosas las investigaciones narrativas o etnográficas que documenten en profundidad las experiencias, resistencias, aprendizajes y transformaciones del profesorado en sus procesos de innovación pedagógica. A diferencia de los enfoques cuantitativos o normativos, estas metodologías permiten acceder a las voces, significados, emociones y tensiones que atraviesan la práctica docente, reconociendo la complejidad subjetiva e institucional que conlleva atreverse a cambiar (Ruiz-Galende et al., 2021).
Desde la investigación narrativa, se pueden recuperar relatos que expresan cómo las y los docentes viven el tránsito hacia nuevas metodologías, cómo reconstruyen su identidad profesional, cómo negocian con sus saberes previos y con las expectativas institucionales, y cómo enfrentan los miedos, fracasos y logros en el camino de la innovación. Estas historias permiten visibilizar procesos no lineales de apropiación pedagógica y el sentido profundo que los educadores otorgan a su práctica en contextos específicos.
Por su parte, las investigaciones etnográficas ofrecen una mirada situada y prolongada en el tiempo, que permite observar la cultura docente, las dinámicas escolares o universitarias, las resistencias estructurales y las microtransformaciones que ocurren dentro y fuera del aula. Este enfoque es clave para comprender cómo factores como la cultura institucional, la carga administrativa, la formación previa o la percepción del estudiantado influyen en la adopción o rechazo de prácticas innovadoras.
Además, estas investigaciones pueden identificar condiciones facilitadoras, estrategias creativas y saberes pedagógicos construidos desde la práctica, que no siempre son reconocidos por los marcos formales de evaluación o las políticas educativas. De esta manera, se enriquecen los discursos sobre innovación docente con una mirada más humana, situada y plural (Saço et al., 2024).
En definitiva, explorar las experiencias docentes desde perspectivas narrativas y etnográficas no solo contribuye a comprender mejor los procesos de cambio, sino que también ofrece una base empírica sólida para diseñar políticas de formación, acompañamiento y reconocimiento docente más empáticas, eficaces y transformadoras (Aravena Gaete & Roy Sadradín, 2024).
Innovar en educación superior no es un lujo, ni una respuesta pasajera a las crisis. Es, más bien, una necesidad estructural, una responsabilidad ética y una decisión política de fondo, orientada a repensar el sentido de la universidad en un mundo profundamente desigual, interconectado y en permanente transformación. Implica revisar no solo lo que enseñamos, sino cómo, para qué y para quién lo hacemos. Requiere coraje para desafiar inercias, coherencia para alinear el discurso con la práctica, colaboración para construir con otros y confianza en la potencia transformadora de la educación (Santos & Costa, 2021).
Este libro ha intentado ser más que un compendio teórico. Se ha concebido como una herramienta pedagógica y política, que articula fundamentos conceptuales, metodologías prácticas, estudios de caso y experiencias reales.
Está dirigido a quienes creen que la universidad no solo transmite información, sino que forma sujetos críticos, sensibles y capaces de imaginar otros mundos posibles. A quienes apuestan por una docencia viva, situada, creativa, reflexiva y profundamente humana (Ruiz-Galende et al., 2021).
Los nuevos horizontes para el aprendizaje no son una promesa futura: ya están presentes en los márgenes y en el centro, en las aulas que se abren al diálogo, en las comunidades que enseñan tanto como aprenden, en los laboratorios pedagógicos que experimentan sin miedo al error, en los entornos digitales resignificados como espacios de encuentro y construcción colectiva (Leigh et al., 2024).
Están también en cada docente que revisa su práctica, en cada estudiante que se atreve a preguntar, en cada institución que se permite cambiar (Pérez Carvajal et al., 2024).
El reto hoy es extender esos horizontes, conectarlos, legitimarlos y sostenerlos colectivamente. Hacer de la innovación una cultura y no un evento aislado; un proceso continuo y no una respuesta reactiva. Porque innovar no es adornar la educación: es reconstruirla desde el sentido, humanizarla desde sus prácticas y defenderla como un bien común. En ello nos va no solo la calidad de la educación superior, sino también la calidad del futuro que queremos construir como sociedad.
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· ABP (Aprendizaje Basado en Problemas)
Metodología activa que promueve la investigación, el análisis crítico y la resolución colaborativa de problemas reales como eje del proceso de enseñanza-aprendizaje.
· Acompañamiento pedagógico
Proceso de orientación y apoyo al docente en el desarrollo de prácticas reflexivas, innovadoras y contextualizadas.
· Actividades integradoras
Estrategias didácticas que articulan contenidos, habilidades y actitudes en torno a situaciones complejas y reales.
· Analítica del aprendizaje
Proceso de recopilación, medición, análisis e interpretación de datos generados por los estudiantes en entornos virtuales de aprendizaje.
· Andamiaje
Soporte temporal que el docente brinda al estudiante para facilitar la apropiación progresiva del conocimiento.
· Aprendizaje activo
Modelo centrado en la participación directa del estudiante mediante actividades que requieren reflexión, análisis, interacción y toma de decisiones.
· Aprendizaje autónomo
Capacidad del estudiante para gestionar su propio proceso formativo, estableciendo metas, estrategias y evaluando sus logros.
· Aprendizaje colaborativo
Proceso en el que dos o más estudiantes trabajan juntos para alcanzar objetivos comunes, construyendo conocimiento a través de la interacción.
· Aprendizaje híbrido
Modelo educativo que combina componentes presenciales y virtuales, buscando aprovechar lo mejor de ambos entornos para ofrecer experiencias flexibles, personalizadas e inclusivas.
· Aprendizaje servicio (ApS)
Estrategia educativa que integra objetivos de aprendizaje con acciones de compromiso social, permitiendo a los estudiantes aplicar conocimientos en beneficio de comunidades reales.
· Aprendizaje significativo
Adquisición de conocimientos que se conectan con los saberes previos del estudiante y tienen sentido para su realidad.
· ApS (Aprendizaje Servicio)
Estrategia que combina el aprendizaje académico con la participación social activa, en beneficio de una comunidad real.
· Aula invertida (Flipped Classroom)
Modelo de enseñanza donde los contenidos teóricos se estudian fuera del aula mediante recursos digitales, y el tiempo presencial se dedica a actividades prácticas, discusión y resolución de problemas.
· Aula virtual
Entorno digital que simula el espacio educativo tradicional mediante plataformas tecnológicas. Permite la gestión de contenidos, actividades, interacción y evaluación entre docentes y estudiantes de manera sincrónica o asincrónica.
· Autoevaluación
Proceso mediante el cual el estudiante analiza su propio desempeño con criterios preestablecidos para identificar fortalezas y áreas de mejora.
· Brecha digital
Diferencia existente entre personas o comunidades en cuanto al acceso, uso efectivo y aprovechamiento significativo de las tecnologías de la información y la comunicación. Incluye dimensiones de conectividad, habilidades digitales y uso crítico.
· Chatbot educativo
Agente conversacional basado en inteligencia artificial que interactúa con los usuarios a través del lenguaje natural. Se utiliza en educación para responder consultas frecuentes, ofrecer retroalimentación automatizada o guiar al estudiante en plataformas digitales.
· Competencia digital docente
Conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes que permiten a los docentes integrar tecnologías de manera pedagógica, ética y eficaz en su práctica educativa. Incluye desde la alfabetización digital básica hasta el diseño de entornos virtuales complejos.
· Competencias digitales
Conjunto de habilidades que permiten usar tecnologías de forma crítica, ética y efectiva en contextos educativos y profesionales.
· Competencias genéricas o transversales
Habilidades aplicables a cualquier disciplina, como el pensamiento crítico, la resolución de problemas, la ética y la comunicación efectiva.
· Competencias transversales
Conjunto de capacidades generales aplicables a diferentes contextos, como el pensamiento crítico, la comunicación efectiva, el trabajo en equipo, la ética profesional y la resolución de problemas.
· Constructivismo
Enfoque pedagógico que postula que el conocimiento se construye activamente en interacción con el entorno y con base en experiencias previas.
· Curación de contenidos digitales
Proceso de búsqueda, selección, análisis, adaptación y distribución de recursos educativos digitales relevantes, verificados y pertinentes al contexto de aprendizaje. Permite enriquecer la enseñanza con materiales actualizados y de calidad.
· Digitalización educativa
Transformación de los procesos de enseñanza y aprendizaje mediante la incorporación de herramientas, plataformas y contenidos digitales.
· Docencia reflexiva
Práctica docente basada en la autoevaluación crítica, la toma de decisiones fundamentadas y la mejora continua.
· Entorno Virtual de Aprendizaje (EVA)
Espacio digital que facilita la gestión de contenidos, la comunicación educativa y la evaluación mediante plataformas tecnológicas.
· Evaluación auténtica
Modelo que propone tareas contextualizadas y significativas, representativas del mundo real, para demostrar el aprendizaje.
· Evaluación diagnóstica
Evaluación inicial que permite conocer los saberes previos, estilos de aprendizaje y necesidades de los estudiantes.
· Evaluación entre pares (coevaluación)
Práctica en la que los estudiantes valoran el desempeño de sus compañeros, desarrollando juicio crítico y sentido de responsabilidad compartida.
· Evaluación formativa
Proceso continuo de retroalimentación que acompaña y orienta el aprendizaje con fines de mejora.
· Feedback (retroalimentación)
Información oportuna y específica que el docente proporciona al estudiante para fortalecer su aprendizaje.
· Flipped Classroom (Aula Invertida)
Modelo pedagógico que traslada el estudio de contenidos teóricos al hogar y utiliza el aula para actividades prácticas y colaborativas.
· Gamificación
Uso de elementos propios del diseño de juegos (recompensas, niveles, misiones, rankings) en contextos no lúdicos, como la educación, con el objetivo de aumentar la motivación, el compromiso y la participación de los estudiantes.
· Innovación docente
Proceso reflexivo, creativo y situado que transforma la práctica pedagógica con el fin de mejorar la calidad del aprendizaje, incorporar nuevas metodologías, tecnologías y enfoques centrados en el estudiante.
· Innovación pedagógica
Proceso sistemático de transformación de las prácticas docentes con el objetivo de mejorar la calidad del aprendizaje.
· Inteligencia Artificial (IA) en educación
Aplicación de algoritmos y sistemas automatizados que emulan procesos cognitivos humanos para facilitar tareas educativas, como tutorías inteligentes, evaluaciones automatizadas, personalización del aprendizaje o análisis predictivo.
· Interdisciplinariedad
Articulación de distintas disciplinas en el abordaje de fenómenos complejos, integrando saberes diversos.
· Metacognición
Capacidad del estudiante para pensar sobre su propio pensamiento, autorregular su aprendizaje y evaluar sus procesos cognitivos.
· Metodologías activas
Estrategias centradas en el protagonismo del estudiante, la resolución de problemas, la experimentación y la reflexión crítica.
· OVAs (Objetos Virtuales de Aprendizaje)
Unidades digitales de contenido diseñadas con propósitos educativos específicos, reutilizables en entornos virtuales.
· Pensamiento crítico
Capacidad de analizar, evaluar y argumentar ideas o situaciones con autonomía, lógica y profundidad.
· Plataformas educativas (LMS)
Sistemas de gestión del aprendizaje (Learning Management Systems) que permiten a docentes e instituciones organizar cursos, distribuir contenidos, evaluar y monitorear el rendimiento de los estudiantes. Ejemplos: Moodle, Canvas, Blackboard.
· Portafolio digital
Herramienta de evaluación que permite recopilar y reflexionar sobre evidencias del aprendizaje en múltiples formatos digitales.
· Realidad Aumentada (RA)
Tecnología que superpone información digital (imágenes, textos, sonidos) al mundo real mediante dispositivos móviles o gafas inteligentes. En educación, se utiliza para enriquecer libros, laboratorios o experiencias prácticas.
· Realidad Virtual (RV)
Tecnología inmersiva que crea entornos tridimensionales simulados, en los que los usuarios pueden interactuar mediante dispositivos específicos. Su uso educativo permite recrear situaciones complejas, riesgosas o inaccesibles en el mundo físico.
· Retroalimentación significativa
Comentario constructivo, claro y orientador que permite al estudiante identificar aciertos, errores y rutas de mejora en su proceso de aprendizaje.
· Rúbrica de evaluación
Matriz que describe criterios y niveles de desempeño esperados, utilizada para evaluar de manera clara, objetiva y coherente.
· Tecnologías emergentes
Conjunto de herramientas digitales avanzadas (como inteligencia artificial, realidad aumentada, realidad virtual o analítica del aprendizaje) aplicadas al ámbito educativo para enriquecer el proceso de enseñanza-aprendizaje.
· Zona de Desarrollo Próximo (ZDP)
Concepto de Vygotsky que señala el espacio entre lo que el estudiante puede hacer por sí solo y lo que puede lograr con apoyo.
Lugar y fecha de nacimiento:
Riobamba, Ecuador 22 de agosto de 1996
Correo electrónico:
danielarivera@quimica.unlp.edu.ar
Orcid: https://orcid.org/0000-0002-9755-1508
Formación Académica
· Candidata a doctor en Ciencias Exactas mención Química - Universidad Nacional de la Plata, La Plata, Buenos Aires, Argentina.
· Posdoctorante en Educación – UNIVERSITAM, Baja California, México.
· Licenciatura en Biología Química y Laboratorio – Universidad Nacional de Chimborazo, Ecuador.
· Diplomado en Educación Ambiental – Politécnico de Colombia.
· Diplomado en Docencia Virtual - Politécnico de Colombia.
· Diplomado en Química Analítica- Educación Continua Ecuador.
Experiencia Profesional
· Becaria interna doctoral Universidad Nacional de la Plata, Argentina.
Obras Publicadas
· La Educación Superior en tiempos de pandemia: Experiencias la Sede Orellana de la ESPOCH.
· Statistical determination of COVID-19 mortality in age groups in the Ecuadorian Highlands
Intereses y Áreas de Especialización
· Fisicoquímica orgánica, Química Ambiental.
Lugar
y fecha de nacimiento:
Quito, Ecuador – 02 de junio de 1993
Correo electrónico:
anpablo02@gmail.com
Orcid: https://orcid.org/0009-0001-2070-0544
Formación Académica
· Maestría en Educación, mención en Pedagogía en Entornos Digitales (En curso) – Universidad Bolivariana del Ecuador.
· Diplomado en Inteligencia Artificial y Pedagogía – Universidad Metropolitana.
· Licenciatura en Pedagogía de la Química y Biología – Universidad Nacional de Chimborazo.
Experiencia Profesional
· Unidad Educativa “Sibambe” - Docente en el área de Ciencias Naturales, Química y Biología.
Obras Publicadas
· La realidad virtual como estrategia interactiva y de exploración en el aprendizaje de Biología Humana (2021).
Intereses y Áreas de Especialización
· Gamificación en educación
· Robótica educativa
· Inclusión y accesibilidad en entornos digitales
· Transformación educativa en Ecuador
·
Diseño
Universal para el Aprendizaje (DUA)
Lugar y fecha de nacimiento:
Latacunga, Ecuador 20 de mayo de 1998
Correo electrónico: kerly.loja@educacion.gob.ec
Orcid: https://orcid.org/0009-0008-7858-900X
Formación Académica
· Maestría en Educación, mención en Pedagogía en Entornos Digitales (En curso) – Universidad Bolivariana del Ecuador
· Diplomado en Inteligencia Artificial y Pedagogía – Universidad Metropolitana
· Licenciatura en Pedagogía de la Química y Biología – Universidad Nacional de Chimborazo
· Curso de Programa de Fortalecimiento de Competencias Didácticas
· Curso de INNOVACIÓN TECNOLÓGICA Y CREACIÓN DE CONTENIDOS DIGITALES
Experiencia Profesional
· Unidad Educativa “Luis Fernando Ruiz” - Docente en el área de Ciencias Naturales, Química y Biología. (en curso desde el 2022)
Obras Publicadas
· Canva como recurso didáctico de enseñanza y aprendizaje de Anatomía Humana, (2022).
Intereses y Áreas de Especialización
· Gamificación en educación
· Robótica educativa
· Inclusión y accesibilidad en entornos digitales
· Transformación educativa en Ecuador
· Diseño Universal para el Aprendizaje (DUA)
Innovación docente en la educación superior: nuevos horizontes para el aprendizaje
En un mundo de constante cambio, la transformación digital y la educación superior enfrenta el desafío urgente de repensar sus prácticas pedagógicas. Este libro ofrece una mirada integral y crítica sobre la innovación docente, entendida no como una moda o tecnificación vacía, sino como un proceso reflexivo, ético y transformador.
A lo largo de siete capítulos, se recorren los fundamentos teóricos, las políticas educativas, las metodologías activas, el uso de tecnologías emergentes, las formas innovadoras de evaluación, y estudios de caso reales implementados en universidades de Iberoamérica. El libro finaliza con una proyección de los nuevos horizontes del aprendizaje universitario y una propuesta de líneas de investigación que abren camino hacia el futuro.
Dirigido a docentes, investigadores, gestores académicos y estudiantes de posgrado, esta obra es una herramienta rigurosa y accesible para todos quienes desean construir una universidad más humana, inclusiva y comprometida con el aprendizaje profundo y significativo.
“La innovación educativa nace del deseo profundo de enseñar con sentido y aprender con propósito”